Satélite revoloteante,
ansioso por aterrizar
en tu estructura celular,
estrella andante,
llevaba prisa por parar
en mi locura de girar
y echarte el guante.
Pero tu piel, tan suave y tan
resbaladiza y deslizante,
me impidió poderte agarrar
para mi órbita dejar
y no ser más cometa errante.
Tu observatorio universal:
Dos ojos de belleza par
con cualquier cielo,
echaron redes de cristal
que me enredaron por azar
entre tu pelo;
pero aún me costaba nadar
sobre tu territorio,
de tiernos valles y de par
número de promontorios.
De modo que abriste un hangar
de modo perentorio,
allí me permitiste anclar
y acabó el purgatorio.
Y ante la tentación real
de la rutina
perdía algunas veces gas
mas me inflamaba una vez más
tu piel divina.
La fuerza, al fin, de tu atracción
me despegó de la elección
de la terrible soledad,
de despegarme
de tu galaxia, y en tu Sol
me hizo quedarme
para buscar la Eternidad.