miércoles, 7 de enero de 2009

EDITORIAL DE ENERO


¡Qué gusto, volver!

Volver de tantos días. Volver de una fiesta, mientras esperas otra. Volver de estar cuando se quiere, y cuando no también. Volver de la visita obligada… o no; del hastío, de la sequedad de ideas. Volver de príncipes y princesas que huyen a los bosques, al refugio de la casa de humildes plebeyos, que les protejan de los peligros de sus propios reinos. Volver de Harry, o de los narnianos, o de qué sé yo.

Volver a casa; a la mía y a la nuestra. Volver a hacernos promesas a nosotros mismos, sobre nosotros mismos, por supuesto, para después incumplirlas casi todas. Volver a subir, por segunda vez, juntos, a lomos de un nuevo tiempo.

Y volver, con estas líneas para vosotros, siendo consciente de que con lo que tengo en esta vida (incluyéndoos), la felicidad puede esperar.
No es necesario ser una princesa para refugiarme en nuestro hogar, éste, el de las historias, y así, sentirme, de veras, a salvo de todo lo demás.

Feliz Año a todos.

Por si acaso

Y sola en aquel caos que era su hogar, pero que había elegido por voluntad propia perdió a su jerbo. El animalito necesitaba algo más que unas pipas en su jaula y se aventuró a salir en uno de tantos descuidos de su dueña. Le costó empujar la puerta el día que se la dejó mal cerrada y huidizo como sus parientes los ratones, se instaló entre la olorosa ropa que encontró bajo la cama.
La búsqueda infructuosa del animalito no cesaba, pero sólo a ratos, pues no quería perder más tiempo del necesario en su búsqueda, y los montones de revoltijos desperdigados no ayudaban. El jerbo comía a su capricho cuando la joven salía, y aprovechaba para burlarse del conejito enano que aún no había visto su oportunidad de liberación. Durante unas semanas encontró su paraíso perdido, durmiendo junto a sus pies en las noches frías de invierno sin que ella se percatara de nada, hasta el fatídico día en que se decidió a poner una lavadora. Cuando fue a tender, pensó que alguna pinza había caído por el estrecho hueco del patio de vecinos de donde pendía el tendedero. Era una quinta planta.
Aún deja comida a su pequeño jerbo en la jaula con la puerta abierta, por si regresara.