sábado, 27 de octubre de 2012

Concurso hípico




Hoy me he dado una vuelta por el Hipódromo de Dos Hermanas donde se está celebrando un concurso hípico. Como siempre, he ido acompañada de mi inseparable amiga y, también como siempre, comparto con vosotros lo captado por nosotras. Feliz día amigos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Grandes catástrofes artificiales (1).


Grandes catástrofes artificiales.

Se habla del huracán y de los terremotos como si aquí no hubiera sitio para otro tipo de desastres, aquellos que provocan daños irreversibles en cuestiones quizá más cotidianas, o que pasan desapercibida para el público que mide más de 2,18: el llamado gran público.
Nos centraremos en rescatar –a base de llamadas a las cuatro menos cuarto de la tarde- testimonios creíbles sobre cada situación estudiada. Creíbles por los gritos al responder y el golpe al colgarnos (el teléfono). Pero siempre se pueden apuntar palabrotas nuevas.
Testimonio 1: El caso de los calzoncillos fláccidos.
Fue en Minesota, cómo no. Todo comenzó cuando la Sra. Sara Honosará salió temprano de su casa y tropezó con la ropa que su marido, Tom Tomghou había tendido delante de la puerta principal. Fue sin duda un calzoncillo teóricamente blanco, sin más, que se adhirió como la tapa pringosa de un yogur a las gafas de Sara, de forma espontánea, quizá empujado por la leve brisa de la primera hora de la mañana. No fue solo que, al volver del balanceo se llevara las gafas adheridas, sino que, debido a su flagrante miopía, Sara movió sus brazos en el vacío intentando recuperarlas para lograr tan solo una caída hacia delante de metro y ochenta centímetros, despreciando escalones y rampas, finalizando en la acera, donde le esperaba un buen golpe en la frente, al que atendió con el debido rigor y maldiciones.
La escena era presenciada por el dueño del local de apuestas de la acera de enfrente, Joseph Tiembre, quien, profundamente enamorado de Sara y su falta de agudeza visual, esperaba una oportunidad como ésta para lanzarse a los brazos de su platónica amada. De hecho, la recogió del suelo justo cuando, en otro vaivén de la caprichosa ventisca mañanera, un segundo calzoncillo, aún más falto de almidón y entereza que el anterior, vino a abofetear con fuerza el rostro de Josep, dejando que dos de los huecos de la prenda, destinadas a ajustarse a las piernas del ausente Tom, produjeran el “efecto antifaz” sobre el rostro del comerciante/mafiosillo.
Así fue como los fotografió la prensa, que acudió con rapidez a la llamada de la cotilla del mes, la Sra. Ashley Yorden, vecina de al lado de Sara, quien volvió al suelo a pesar de agarrarse a otros dos del total de cinco calzoncillos tendidos por Tom al amanecer del día. Estos dos últimos fueron quizá los que más dejaron ver su cualidad de falta de entereza y ajuste, pues funcionaron como el peor de los agarres posibles en el caso de que alguien no quiera caerse al suelo en su presencia.
La segunda recogida de Sara por parte de Josep fue la que ocupó las portadas de los diarios de la tarde. En ella, Josep, en plena orgía con un calzoncillo como máscara, agarraba por donde podía a Sara, quien, con una “prenda quizá blanca, pero estirada, sin gracia", en cada mano, parecía ofrecer una interminable noche (o día, era temprano) de lujuria y perdición al hombre que escondía el rostro junto a ella.
Sólo el aviso de que un jabalí andaba por la urbanización desvió la atención de las dos mil personas convocadas y Sara pudo volver a casa con los bolsillos llenos de unos vulgares trapos blancos, sin la menor enjundia ni evocación de su finalidad original.
A la hora de comer, Tom juró por sus muertos que compraba un tendedero nuevo. Su mujer, con cara seria y mirando la televisión, le dijo que bastaba con abrir el que compraron el día de la boda. Tom no volvería a usar el cable de alta tensión que bajaba desde el poste de la esquina de su calle hasta la puerta y retiró las pinzas metálicas. Una situación que comunicaría a la compañía eléctrica lo antes posible. Mientras, veía el armario de los paños de cocina lleno a rebosar de retales más o menos blancos, destinados a limpiar cristales, persianas y sanitarios. Las tijeras de Sara habían hecho justicia a su manera.
Agarrándose el sonajero con la mano izquierda, Tom subió a su habitación, a buscar unas bragas que, bajo el pantalón, le permitieran sentarse con comodidad a ver su programa favorito, uno que hablaba de cómo soportar las tensiones sin perder la elasticidad del carácter. Lo presentaba el famoso locutor Walton Torroh, que en su juventud fue uno de los precursores del tanga masculino estampado.

martes, 23 de octubre de 2012

Genios en la sombra (4).


Parafolio de Tebasya, provincia de Yamheboi. En el mismito centro.

Nació en Yamheboi, como ya se ha indicado en el título, el día que él supo de buena tinta y predijo, anunció y comunicó mediante señales en clave Morse sobre la placenta: el 4 de abril del 444 a.C., lo que agradeció su madre pues tuvo tiempo de ir a la peluquería y estar presentable para las visitas, sobre todo la de su suegra y abuela de Parafolio, doña Tarsina Pokarena, quien de todos modos aprovechó para ver cómo estaba la granja de polvo y, sobre todo, los paños de cocina.
Parafolio se saltó varios niveles de formación académica, guardería y jardín de infancia, debido a lo listo que era y a que no había tales niveles educativos en su tierra natal durante su tierna infancia. Fracasó en cambio en los tres intentos de la Educación General Básica y en los cuatro de la ESO. Esto hizo que tuviera que comprar ambos títulos en el mercado negrísimo, a un precio desorbitado.
Gracias a este rechazo del Sistema Educativo Parafolio se metió a trolero, correveidile, cotilla y chivato de mierda. Sus tarifas eran competitivas y logró hacerse un hueco en un trabajo lleno de altibajos, diciendo cosas por lo bajo:
-Donde ayer te decía que la Reina tralaralará con el visir de hacienda, hoy te digo que no, que era el de Guerras Internas el que se la porrompompaba cuando el monarca estaba el pobrecito atendiendo a su harén panameño. Pero que nadie se sorprenda, esta Reina ya se sabía como era antes de casarse con el rey. Una pelandusca. Lo que yo te diga. Aunque yo no te he dicho nada. Esto patiypamí.
Tenía Parafolio encandilada a la prensa, incluida la de uvas, que siempre le llevaba una botellita de mosto al final de la vendimia.
Además, el pueblo entero reconoció su imparcialidad cuando empezó a difundir el rumor sobre sí mismo referente a que “de un tiempo para acá estaba vistiendo como un pobretón, a saber por qué”, lo que ponía los pelos de punta a las parroquianas en la peluquería que atendía a su madre, estropeando muchísimos peinados que ya estaban sólo pendientes de laca. 
Como todo tiene su momento de gloria, Parafolio tuvo que subcontratar para dar abasto. Lo hizo en el mercado de abastos, pagando a tanto fijo el rumor, pero con seguros sociales, a una tal Nolamire Dimeképas, mujer que superó las pruebas de transmisión de chismes, ostentando el record del Mediterráneo, con una difusión media de seis dimediretes distintos por minuto.
Se enamoró tanto de ella que soltó el rumor de que había embarazo de por medio, lo que obligó a adelantar la boda y, ante el retraso de cinco minutos de Parafolio, Nolamire se casó con el primer herrero que pasaba por delante del templo de la diosa Anthoñitas, encargada del VeteaSaber.
Desde ese momento, los herreros pasaron a ser considerados usuarios de cucharas de palo y tuvieron que huir de la ciudad.
Este disgusto hizo que los rumores y cotilleos pasaran del clásico “sabe Zeus de dónde sacará ésta para tanta túnica” al triste “ese no tenía ni dos escudos, por eso lo mataron de perfil”. Perdió intensidad y perdió el interés. No le hacían caso ni en el famoso trigésimo cumpleaños, donde el muy bobo dijo una verdad, no se sabe respecto a qué. Algo parecido a un huracán o algo que se venía encima de la ciudad y que la arrasó. Algo parecido, insisto, porque no hay nada escrito. Aquí todo es boca a boca, versitumentiendes.
Tiene una estatua en bronce que representa a un tipo chiquitejo con una oreja pegada a una puerta.
Largo honor y loa a Parafolio, un vaina al que, al no tener mejor prócer al que alabar, dedicamos esta pequeña reseña.

domingo, 21 de octubre de 2012

Con otra mirada...



Mi ciudad, de noche y bajo otra mirada.Siempre es bonita, hermosa, fascinante...

sábado, 20 de octubre de 2012




Un nuevo paseo...unas nuevas imágenes de esta ciudad que tanto quiero. Disfrutad de ella.








Ayer me fuí a pasear con mi compañera inseparable, una tarde fresca y lluviosa de otoño...Sevilla estaba más bonita, si es que eso puede ser posible...Y miré aquí y allá...Me dejé enamorar por ella...por sus rincones, por sus plazas, por su ambiente. Estaba llena de gentes alegres y disfrutando de esa preciosa tarde. Ahí os dejo algunos momentos captados y muy, muy sentidos. Disfrutad amigos de paraleernos.

miércoles, 10 de octubre de 2012

Rumores y demás (1).


El cura Jenson GarciGómez  tiene un reloj que da la hora pro nobis.

Marcela Dora ha denunciado a su marido por follar con gafas el pasado martes. Vecinos y familiares intentan consolarla a la espera de la vista previa.

La campana de la Iglesia retrasa cuando le tiran tarde de la cuerda.

Mi primo soltero, el número de la guardia civil, se enfada cuando le llamo número primo. No sé si decirle que ascienda o que se busque pareja.

Acabo de cantar y subo la persiana para recoger  las verduras lanzadas desde las otras ventanas del patio. Hoy, doña Parmenia, la del tercero, me ha tirado cogollos porque sabe que tengo visita. Después, hemos retirado la ropa tendida con rapidez, pues también el Cielo ha ejercido su protesta con una tromba de agua.

Salgo de la casa verde con un sentimiento de absoluto desconstreñizamiento. Se lo hago saber a mi psiquiatra, doña Felisondra Bapsats, y me dice que me pinte de otro color. Quizá tenga razón.

No vuelvo a bailar con Jessica Herzoi. Me hace girar a la misma velocidad que el disco de vinilo y hoy un gracioso ha traído un disco antiguo de 78 revoluciones por minuto (de los chicos). He acabado en la tienda de enfrente y hasta que mis dientes no han vuelto a su lugar yo no he vuelto al baile.

Ayer mi bisabuela recibió el Nóbel de Física Tísica pero, como prometió, no saludó al rey de Suecia. Su madre, aferrada a las ideas republicanas, le dio un buen golpe al monarca y lo guardó en el guardarropa hasta que terminara la ceremonia y su hija recogiera el premio de manos de una corista guapísima.

sábado, 6 de octubre de 2012

AL FINAL, COMPARTIDA CON PARTIDA FINAL.



Me pidió Laura un poema
de menos de diez cuartetas,
que hablara claro del tema
de lo que la mujer quema
a tres cuartas de las tetas.

Le dije a Laura que sí,
y le pedí un adelanto,
a lo que preguntó “¿cuánto?”
“cuanto encuentre yo de ti
cuando te retire el manto
bajo el que te descubrí”.

“No es que el dinero desprecie,
es que, rozando tus pieles,
quiero cobrar en especie
aun perdiendo los papeles.”

No le pareció mal trato.
Me dijo “poeta, igual
pagué al pintor que, manual,
me pintó ayer un retrato.”

Miradas sin empalago,
con su amor dulce y perverso,
le añadí unos cuantos versos
por buen cobro y pronto pago.

“También, poeta, el pintor
cobró así y dijo: antes de irme,
te regalaré una flor
pintada en tu carne firme.”

Desnuda, me miró altiva
con toda la cara dura;
“o rimas con la pintura,
o buscas alternativas”.

“Prefiero compartir cuernos
de pintor desconocido,
pero no dejar de vernos
para no verme perdido.”

Una pierna me atasqué
con la ventana al saltar,
oyendo al pintor llegar,
preparado su pincel.
Laura, sin pestañear,
me propuso “quédate”.
Al final le saludé
fríamente, sin rimar,
pero después me largué,
porque, de tríos, ni hablar.






martes, 2 de octubre de 2012

Recuerdos de viajes (10).


Desierto del Sahara.

Mientras me guardaba su grapadora en el bolsillo de atrás del pantalón, la gerenta, directora, dueña y empleada única de la agencia de viajes nos informó de que este tipo de excursiones sólo incluyen el billete de ida. Como andábamos cortos de beneficios, de liquidez y de dinero, nos apuntamos. Eché de menos mis gafas del cerca y volví al despacho, donde la gerenta me las cambió por la grapadora y veintidós euros para no ir a juicio. Acepté.
La salida se haría de noche, para aprovechar si alguno quería extraditarse o llevarse algún dinerito fuera de España, para que no se quedara aquí aburrido. Son gente que no se queda por el interés. Unos verdaderos patriotas. Comprendí lo del billete unidireccional.
Me tocó en el asiento de atrás un señor escuálido con gorra blanca, de camisa desabotonada y dientes amarillos. Le dije que dejara de tocarme y se fue a buscar otro con quien sentarse. Lo vio desde la puerta mi cuñada Fuencisla, que viajaba esta vez conmigo para cubrir la baja de mi mujer, mucho más baja que ella. Antes de dejar el bolso en la parte de arriba del equipaje, se fue a por el de la gorra y le pateó la zona del psoas y la de los huecos poplíteos (antiguas corvas), provocando así su incapacidad de decirle dónde le dolía al médico de la expedición.
Así me hice respetar en el grupo.
El conductor ordenó sus botellas por orden de graduación alcohólica y salimos a la hora siguiente en punto de la prevista.
El viaje era largo, pesado y lento, pero logramos que, gracias a los cambios de ruedas por turnos y la reposición de aceite entre todos, a la que contribuimos dando el de las latas de anchoas, se pudiera hacer insoportable la mayor parte del tiempo.
Llegamos de todos modos a las grandes dunas, donde no faltaban los vendedores de pañuelos que además regulaban el semáforo a su voluntad. Hubo uno al que tuvimos que pagar los 650 dólares que pedía porque no había forma de que nos dejara seguir nuestro camino en paz.
Ya metidos en arena, comprobamos que prácticamente no hay que empujar cuando el autobús se atasca algo cuesta abajo. En cambio, para subir, sólo permitían quedarse dentro al conductor con sus botellas, para no perder el rumbo.
La primera noche fue especial, pues nos sorprendió de pronto, como cuando se apaga la luz en casa y a ti te coge yendo al servicio. Allí, por la orientación nasal, era fácil encontrar donde descargar tensiones internas, pero volver al autobús no era tan inmediato, de modo que pusimos una cuerda atada al volante por la que se iba y se volvía del lugar en sí, donde la mayoría, después de realizarse personalmente, reconocía haber echado tierra al asunto.
Un tal Galateo, jefe de piratería informática de la empresa alemana Frau Dülent, tardaba más de lo habitual en volver tras su promesa de hacerlo. Decía orientarse por las estrellas de su país. Se propuso una expedición para buscarle pero los elegidos estaban ya dormidos y lo dejamos hasta que amaneciera. Unas horas después volvió perseguido por dos serpientes negras que Fuencisla retorció, rebanó, adobó y puso como tentempié al día siguiente, al punto de sal.
De monumentos y estilos arquitectónicos vimos poco.
Se nos acabó el agua y dije de parar en un oasis, el Freshosho, donde me pedían dos nóminas y un avalista para la botella de litro y medio que soñé con comprar. Salí con los impresos, pero los tiré a una papelera situada junto a una palmera, a la salida de la sucursal. Para más INRI, la comisión de apertura era de doscientos dátiles. Un abuso.
Mi cuñada no perdió el tiempo.
Ella es de bailes lentos, o sea, pasomitad, pero se había entrenado con el Waka waka shakireño en el distrito, cuando se reúne con las amigotas, y con el Wifi del autobús –gratuito- se empapó bien de las antiguas danzas pro lluvias comanches.
Bajó, se bajó los pantalones y con un paraguas donde colgó un collar amarillo de miles de perlas se lanzó a la frenética petición al dios Mojagua para rociar el planeta hasta el nivel de charco bajo/medio.
Sus chichas cintureras en plena turbulencia, junto con su interpretación libre de los pasos principales de la danza, produjeron una lluvia extraña. Supusimos que el dios, para parar aquello, envió el agua de una sola vez, en una única e inmensa gota que nos sorprendió. Pero nos dio tiempo a mojarnos y guardar agüita fresca en las botellas, cacerolas y bolsillos de los impermeables.
Nos quedaba ver pasar alguna típica y lenta caravana de camellos. Sólo pudimos ver ochenta y dos de las cien prometidas, pero bueno, dijimos, así es la vida.
Dimos la vuelta al autobús y relevamos al chófer hasta que el delirium tremens se le viniera un poquito abajo. Prometió dejar el alcohol y dedicarse al agua oxigenada, una vez que los efectos devastadores de tanto golpe etílico le habían provocado casarse seis veces con la misma persona, jurando a voz en grito no recordar nada en cada una de las ceremonias religiosas.
Al irse al asiento de atrás, hubo que dar un volantazo para evitar atropellar a una tarántula que finalmente se llevó un fuerte golpe en el hombro con el retrovisor. Después supimos que nos denunció por haber recibido un espejismo.
Llegamos bien y nos fuimos a descansar.
Antes de separarnos, rellenamos el impreso de “comentarios y posibles mejoras del viaje en particular y de la agencia en general”, y se lo hicimos comer a la dueña.
Aún así, la incansable Fuencisla ya tenía en mente otro periplo, esta vez a un lugar incomparable: New York City, Addis Abeba, o una tienda de electrodomésticos de segunda mano de Jerez de la Frontera. Lo que sea más fácil.