martes, 23 de octubre de 2012

Genios en la sombra (4).


Parafolio de Tebasya, provincia de Yamheboi. En el mismito centro.

Nació en Yamheboi, como ya se ha indicado en el título, el día que él supo de buena tinta y predijo, anunció y comunicó mediante señales en clave Morse sobre la placenta: el 4 de abril del 444 a.C., lo que agradeció su madre pues tuvo tiempo de ir a la peluquería y estar presentable para las visitas, sobre todo la de su suegra y abuela de Parafolio, doña Tarsina Pokarena, quien de todos modos aprovechó para ver cómo estaba la granja de polvo y, sobre todo, los paños de cocina.
Parafolio se saltó varios niveles de formación académica, guardería y jardín de infancia, debido a lo listo que era y a que no había tales niveles educativos en su tierra natal durante su tierna infancia. Fracasó en cambio en los tres intentos de la Educación General Básica y en los cuatro de la ESO. Esto hizo que tuviera que comprar ambos títulos en el mercado negrísimo, a un precio desorbitado.
Gracias a este rechazo del Sistema Educativo Parafolio se metió a trolero, correveidile, cotilla y chivato de mierda. Sus tarifas eran competitivas y logró hacerse un hueco en un trabajo lleno de altibajos, diciendo cosas por lo bajo:
-Donde ayer te decía que la Reina tralaralará con el visir de hacienda, hoy te digo que no, que era el de Guerras Internas el que se la porrompompaba cuando el monarca estaba el pobrecito atendiendo a su harén panameño. Pero que nadie se sorprenda, esta Reina ya se sabía como era antes de casarse con el rey. Una pelandusca. Lo que yo te diga. Aunque yo no te he dicho nada. Esto patiypamí.
Tenía Parafolio encandilada a la prensa, incluida la de uvas, que siempre le llevaba una botellita de mosto al final de la vendimia.
Además, el pueblo entero reconoció su imparcialidad cuando empezó a difundir el rumor sobre sí mismo referente a que “de un tiempo para acá estaba vistiendo como un pobretón, a saber por qué”, lo que ponía los pelos de punta a las parroquianas en la peluquería que atendía a su madre, estropeando muchísimos peinados que ya estaban sólo pendientes de laca. 
Como todo tiene su momento de gloria, Parafolio tuvo que subcontratar para dar abasto. Lo hizo en el mercado de abastos, pagando a tanto fijo el rumor, pero con seguros sociales, a una tal Nolamire Dimeképas, mujer que superó las pruebas de transmisión de chismes, ostentando el record del Mediterráneo, con una difusión media de seis dimediretes distintos por minuto.
Se enamoró tanto de ella que soltó el rumor de que había embarazo de por medio, lo que obligó a adelantar la boda y, ante el retraso de cinco minutos de Parafolio, Nolamire se casó con el primer herrero que pasaba por delante del templo de la diosa Anthoñitas, encargada del VeteaSaber.
Desde ese momento, los herreros pasaron a ser considerados usuarios de cucharas de palo y tuvieron que huir de la ciudad.
Este disgusto hizo que los rumores y cotilleos pasaran del clásico “sabe Zeus de dónde sacará ésta para tanta túnica” al triste “ese no tenía ni dos escudos, por eso lo mataron de perfil”. Perdió intensidad y perdió el interés. No le hacían caso ni en el famoso trigésimo cumpleaños, donde el muy bobo dijo una verdad, no se sabe respecto a qué. Algo parecido a un huracán o algo que se venía encima de la ciudad y que la arrasó. Algo parecido, insisto, porque no hay nada escrito. Aquí todo es boca a boca, versitumentiendes.
Tiene una estatua en bronce que representa a un tipo chiquitejo con una oreja pegada a una puerta.
Largo honor y loa a Parafolio, un vaina al que, al no tener mejor prócer al que alabar, dedicamos esta pequeña reseña.