David Boole, el mejor trompetista de Orleáns,
fue despertado por J. Carmaine, el dueño del Claxon Club, el lugar más
exclusivo de la ciudad, donde nunca había sido invitado a actuar. Quizá por sus
devaneos con Debra, la mujer de Carmaine.
-Necesito que vengas esta noche a tocar.
-Supongo que sólo mi trompeta.
-No juegues antes de que empiece la partida.
Todo a su tiempo.
-Estaré allí antes de que cuelgues el teléfono.
David llegó pronto y entró sin que nadie se lo
impidiera.
En el local, Debra y Carmaine le esperaban sentados
en la mesa central de la sala.
En una esquina, alguien con el rostro entre las
sombras estaba de pie junto a otra mesa.
-Es el mismísimo diablo, -dijo Debra.
-Vaya, otra vez igual, -respondió David.
-Ahora viene por mí, o eso dice, -susurró
Carmaine, quien dejó caer varias gotas de sudor por su nariz y barbilla-. A ver
qué haces esta vez.
En anteriores ocasiones, la música que había
inventado David había sido imposible de repetir para el demonio. Demasiado
deprisa para él, demasiado creativa, y se había largado con la cabeza baja.
-He practicado mucho, -dijo el demonio sin
salir de las sombras.
-Yo también, muchacho, -respondió David.
-Empecemos, -dijeron al unísono.
Antes de subirse a la pequeña tarima que hacía
de escenario, mientras sacaba su trompeta del estuche, David se acercó a Debra.
-Coge aire, -le dijo-, todo el que puedas. Como
si fuera la última vez que vas a respirar.
Debra llenó sus pulmones hasta no poder más.
Antes de que soltara el menos suspiro, David
pegó sus labios a los suyos y se tragó todo el aire. Se puso la trompeta en la
boca y creó una melodía que nadie había oído nunca, ni nadie podría repetir
después.
El diablo ni siquiera intentó copiarla. Guardó
su instrumento y esperó en la salida.
-Aprende a querer a tu mujer, tipo duro, -dijo
David a Carmaine.
Mientras caminaban juntos, David y el diablo tarareaban
la música con que el infierno recibe a alguien que ha solicitado la entrada sin
demasiados méritos, ésa creada como pago por Carmaine. El diablo intentaba escribirla
en un pentagrama, pero el fuego destruía una y otra vez la partitura.
-Déjalo, muchacho, -dijo David mientras guardaba
su trompeta en el estuche.