lunes, 14 de enero de 2008

UNA ETERNIDAD EN SALZBURGO


Mirando este río, ante el cual aparezco, imagino por un momento, como si de mi propia realidad
se tratase, una tarde cálida, sentado al incitante borde de una de sus dos orillas.

Las tardes de Salzburgo deben parecer fugaces, poco generosas para el viajero, que deseará vivirlas ampliamente, sin temor a la noche amenazadora, que promete volver a diario, puntual a su cita.

Qué desdicha aquélla que me colocó al otro lado, parando aquí mi tiempo, siendo todo mío este lugar hermoso sin tenerlo, dejándome acariciar al aire sin sentirlo y al violín, que como yo, descansa, en un silencio eterno.

(Wolfgang Amadeus Mozart.)