sábado, 28 de junio de 2008

¡QUÉ TERNURA!
Sentí un ruido extraño en mitad de la noche. Extraño porque estaba solo.Como siempre.Como cada uno de los quinientos días desde que Laura se marchó. Dijo que debía encontrarse y desapareció. Sin más.Sin un beso. Sin un hasta pronto.
Al principio recurrí al calor del vodka. Mientrás estuvimos juntos, a ella no le gustaba sentir su sabor en sus labios y tenía dos opciones: dejar el vodka o perderla a ella para siempre. Opté por ella, por eso cuando se marchó, lo primero que hice fue ir al super y comprarme una botella de ese líquido transparente, poderoso...Me hizo olvidarla y encontrarme a mi mismo.
Pero no era eso lo que quería contaros, sino lo que ocurió aquella noche, con aquel ruido extraño, diferente a todos cuantos estaba acostumbrado a oir . No eran los muebles quejándose del calor. Ni el frigorífico lanzando su tic-tic amigable.
Me armé de valor y me levanté, pero sin pistola ni barra de hierrro.¡Para qué! Busqué por los treinta metros cuadrados de mi casa. ¡Dios, allí estaba!, indefensa, mirándome sin verme, atemorizada entre los cojines de Ikea del sofá. Me acequé y la tomé entre mis manos. Bueno, mejor dicho, entre mi mano. La miré y sus ojos se apoderaron de los míos. No pude por más que acercarla hasta mí. Y allí sentí por primera vez que me poseía. Que era suyo.
Desde esa noche, vivo feliz, con ella, con mi murciélaga y sus mordisquitos en mi cuello.
¡QUÉ TERNURA!