domingo, 5 de septiembre de 2010

PROFECÍAS (4).

Al estrenarse el siglo de las dos equis y un palito, una mujer, desvelada, será servida como tentempié o canapé en un ágape. Ojito, que lo dicen las entrañas de un loro, lo confirman los posos de un café recalentado y lo repiten los niños en la calle, al compás de sus juegos. Yo he cumplido. Allá quien no quiera escuchar.”

Así habló en 1312 Diego Francisco Berreneldo, primer concejal de la villa de San Gerundio, cercana a Buckingham Garden, en Chichingrado. Lo hizo después de lavarse la parte izquierda del culo, según costumbre ancestral de su pueblo.

Y en efecto:

En el año dos mil uno, exactamente el cuatro de febrero, se celebró la boda de doña Gonilda Parapetos Montetonto con el escuálido Joan de Fabres y Fabres y Más Fabres. Tras la ceremonia, llena de flores y arroz a partes iguales, los invitados pasaron al salón para ponerse hasta el monóculo de brevas y peladillas, según costumbre hasta que llegaran los platos fuertes.

Pues bien: una de las damas de honor, Gulietta Gig O´Flai, con una borrachera ya consolidada y un vestido de muchos velos superpuestos, enganchó uno de ellos con el pomo de la puerta de salida de la cocina, de donde los camareros salían frenéticos a servir las bandejas. Poco a poco se soltaron todos los velos y cada mesa recibía sus platos cubiertos por uno de distinto color, cada uno más vaporoso que el anterior.

Incapaz de soltarse y viéndose paulatinamente desprovista de velos que no podía manejar, vio venir el despelote en breve y se organizó lo mejor que pudo para coger la bandeja más grande que vio y, ya en traje de prácticamente nada, colocarse en una postura de pavo horneado al ron –el ron le sobraba- y, cubierta por el último velo, hacerse servir en la mesa central, la de los novios y allegados íntimos.

A base de manotazos evitó ser trinchada en varias ocasiones hasta que los comensales de la mesa central pidieron changüis de almejas para quitarse el hambre, dejando la bandeja grande a un lado hasta que fue retirada por la noche por el servicio de catering. A eso de las cuatro de la mañana, a base de poquito a poco, Gulietta pudo desentumecer las articulaciones y bajar al suelo. Con los cuatro trapos de cocina que encontró salió a la calle, tomó un taxi y dio la dirección del sitio de donde había salido. A la segunda, se acordó de donde vivía y allí la dejó el conductor, no sin antes pedirle prestada una bayeta de las que llevaba para los cristales del automóvil. Gulietta le regaló una que le tapaba varios puntos de vista fundamentales, pero era muy tarde y ya le daba lo mismo.

Meses más tarde, Gulietta, repasando el fascículo tercero del tomo IV de la Historia General, leyó en letras góticas pero claras el contenido de la profecía.

Si el mamostias del quiosquero le hubiera pedido a la editorial los fascículos en orden, Gulietta habría ido a la boda con un traje de buzo. Pero era su destino.