lunes, 14 de marzo de 2011

SÚPER HÉROES.

Pollo Man.

En el más estricto de los conventos de los abonaelbutanenses, en las montañas Uvas, el prior Manolo Blackman se disponía a leer el orden del día, en maitines. Aguardó con prudencia y sabiduría el eco del batir de alas de una mosca tardía de un verano largo, el de 1989, y el silencio absoluto reinó. Abierta la página desde el día anterior para que las ondas expansivas del choque de letras impresas se difuminaran hasta el infinito, Manolo se dispuso –por fin- a leer.

-Ehemm, ajhuummm, cofff, cofff y coofffff -sonó en la estancia, ante la estupefacción de los dieciséis mil monjes de la Orden del Abonaelbutano, que nunca habían imaginado algo parecido. Desde el alféizar de la ventana, engrasada en sus goznes desde el amanecer, un hombre poco abrigado y sin bufanda dirigía al grupo sotánico una pícara sonrisa. Antes de caer, se pudo oír incluso un estornudo.

Fue, una vez más, Pollo Man, el héroe legendario, un hombre capaz de toser bajo el agua, ante las promesas electorales, en medio del “sí, quiero” de dos novios dubitativos en el altar… El pionero en carraspear en una película de cine mudo, allá por los cincuenta, con las primeras revisiones de los clásicos de Lumiére. Fue quien tradujo por primera vez la tos al lenguaje de los signos corporales sin mover un solo músculo de la cara.

El conocido showman de la NOTB Nidios, Andrew Meco, lo entrevistó en su “Hora mágica” de prime time, donde consiguió que se sonara la nariz en directo para más de diez telespectadores.

Recordman en venta de pañuelos de papel durante la década de los noventa, se retiró en 2004 por culpa de un jarabe traicionero introducido como pomada en una bufanda de cumpleaños, con un componente elevadísimo de kriptosita, una sustancia calmante para Pollo Man.

Hoy, de vez en cuando, es llamado para actuar en óperas cuyo concepto de la puesta en escena coincide con la quinta galería de Sing Sing incluidos los barrotes de las ventanas. Aún es capaz de enfrentarse a puristas que le reconvienen mirando hacia atrás para llamarle la atención, o, las menos de las veces, dispararle dardos de codeína o lanzarle a la cabeza caramelos de menta de trescientos cincuenta gramos.

En cualquier situación donde se dude de una promesa dada, Pollo Man revive de sus cenizas, aparece y tose, tose, carraspea, y se deja la garganta irritada si es preciso para que el mundo sepa que hay gente de poco fiar o, quién sabe, agua demasiado fría.

Si algo no ves claro en tu carta de despido, si quieres aclarar algo con tu novia (o entre tu novia y el que agarra por la cintura a tu novia) y no te sale ni una tosecilla cursi, ¡Tchantatachán, tatatatatachantatachan! ¡llama a Pollo Man!,

Seguro que acude, porque a él… ¡No le tose nadie!