-No te detengas por el camino, -le dijo su mujer-. Y debes darte prisa.
Alfido Bodegas fue al banco a comprar dinero fresco, según le encargó ella.
-El cajero sabe lo que tiene que hacer, -le silabeó entregándole una bolsa vacía.
Se llevó su talonario sin estrenar y pudo disponer del abono de su préstamo sin siquiera una comisión de apertura que lo mancillara.
Pero, al volver, no tomó el camino que le indicó su mujer y se paró a charlar con los amigos. Se entretuvo primero tomando un refresco y más tarde, envalentonado, se fue al río donde se pasó la tarde pescando.
Al llegar a casa se sentía enormemente cansado. Antes de entrar, abrió la bolsa y pudo ver cómo lo que él suponía billetes sin estrenar se habían convertido en monedas sucias y antiguas: el contenido de la bolsa se había podrido por su culpa, pensó.
Incapaz de presentarse ante su mujer, lanzó la bolsa contra la puerta de su casa, pidió a un amigo que le comprara un billete de avión y se fue a vivir a otro país.
-Con el préstamo a su nombre hemos tapado tu desfalco, nos hemos librado de él y tenemos las monedas de oro antiguo. No está mal, -dijo aquella noche la mujer al cajero, mientras éste abría una botella de vino.