lunes, 4 de octubre de 2010

Cuarto desconocido

Al llegar a su casa se duchó y se metió en la cama. Ni siquiera leyó un rato como tantas otras veces. Hoy no estaba de humor. Tres o cuatro vueltas entre las sábanas fueron suficientes. Entonces comenzó su sueño:
Se hallaba en la cocina preparando una estupenda tortilla de patatas de 8 huevos. Luego comenzó a empanar filete tras filete que la tarde antes había estado aliñando y poco a poco fue cogiendo bebidas y preparando un picnic en aquella preciosa cesta que las amigas le habían regalado por su cumpleaños y que se resistía a ser estrenada. A las 8 de la mañana vendrían a recogerla para ir a la playa. No lograba recordar quién vendría y no dejaba de dar vueltas a su cabeza mientras seguía con la “fritanga”… La despertó el timbre de la puerta. Eran las 8 a.m. Soñolienta se fue descalza hasta el portero electrónico y preguntó quién era. -Perico Gómez, -dijo una voz tras la puerta.

EN RECEPCIÓN.

-Buenos días, señor… ¿Hankerchef? Ya han llegado sus maletas.

-Me llamo Gómez, de nombre Perico.

-Sigual, pero dígame el número de su llave.

-La mía, por favor se lo juro, es la doce. Lo dice aquí, en el billete que me expidieron en la agencia.

-Mucho expedir, mucho expedir. Ahí le digo que mojónpausté, pues tenemos ocho habitaciones en esta agradable casa de campo, todo comodidades y Naturaleza.

-Pues bueno, pues me alegro. Es que estaban junto a los vales del año pasado en otro hotel. Aquí está. La mía es la ocho.

-Pues mentira podrida, Perico, porque a la ocho se le ha caído el techo y este año no se abre.

-¿Me creería la seis?

-La seis se la creería, pero es la del señor Hanckerchef, así que va usted fatal, tirando a mucho peor.

-La última, de verdad, la última. A ver… déme la llave de la cuatro. Seguro, la cuatro.

-Si quiere, le dejo pensarlo.

-No, de verdad. Digo la cuatro. La cuatro.

-Pues cojo la llave cuatro… y ¡sí señor! reservada a nombre de Perico Gómez. Felicidades. Coja usted mismo sus maletas y las del señor Hankerchef y súbalas al cuarto piso.

-No veo el ascensor.

-Ni yo. Y llevo trabajando aquí seis años.

-No hay botones, me temo…

-Sólo cremalleras. Más baratas que las llaves y los candados. Y dan pellizcos al que quiere robarles las carteras a los huéspedes. Me lo han dicho, no es que yo lo sepa por experiencia.

-Y el señor ese, Chankaiché, ¿no podría ayudarme? Son siete maletas grandes.

-Uy, ni hablar, que es el único que paga. Ustedes, los de los premios del Noescafé, se jeden y arramplan con lo que hay. Conforme pase usted por el resto de las habitaciones, irá descubriendo cómo cada uno, antes de abrir su puerta, descuelga el cartelito con sus obligaciones.

-Yo, por lo visto, de cargamaletas.

-Y no se queje, que el año que viene la ocho estará disponible.

-Pues bueno, pues me alegro. Y dice usted que todo comodidades…

-Y Naturaleza, señor Gómez, Naturaleza. Que disfrute de su estancia. La cena se sirve por la noche. No se sabe cuál de la semana. Así que bienvenido y arreando.