miércoles, 14 de abril de 2010

FOTOGRAMAS

“Suelo sentarme frente a la vista que me ofrece el pasar de mis años; a veces con una sonrisa leve que durante un rato mantengo en mis labios, provocándome un atisbo de felicidad.
Pero en otras ocasiones, las ganas de invocar a los recuerdos me llevan a asomarme demasiado, y es entonces cuando el vértigo me asusta, me aturde, llegando casi a confundir el ayer con el hoy.
Sin embargo, siento casi a diario la necesidad de visitar este peculiar espacio abierto de mi pasado, que incluso en los días más grises, me muestra un cielo añil, despejado y radiante, sobre un mar de igual color, y la sucesión de imágenes, cual fotogramas, siembra en mí la impaciencia por volver a aquellos días, a aquellos años, en los cuales todo, todo, se abría ante mis ojos como un abanico de posibilidades.”

Escandaloso este planteamiento para mi vida presente. ¿Qué mirador ni qué mirador? Esta introducción no sirve. Esa particular visión de mi existencia
no me permite avanzar; vivir, en definitiva.

“Mañana quedaré con él. Lavaré ahora mismo la camiseta que más me gusta, la que más me favorece, y soñaré a todas horas con este encuentro. Mi corazón me anuncia (como suele sucederme a veces) que más pronto que tarde, sus labios se enredarán entre los míos, haciéndome sentir que la vida brota de ellos. Por eso ya lo celebro, porque las escenas que se suceden en mi mente, cual fotogramas, están por venir y serán el principio de una nueva oportunidad para ser dichosa. Seguro que sí.”

No, no y no. Esto tampoco sirve. Los recuerdos son un lastre, pero los anhelos, los anhelos incontrolados son un sinvivir, una obsesión absurda, y no te dejan saborear el presente; vivir, en definitiva.

“He puesto a Dulce Pontes en esta tarde alegre de primavera, y el fado inunda mi casa, mientras arreglo los rosales y les abono la tierra para que sigan otorgándome esa generosidad en forma de colores. Oigo la música, y me vienen a la mente imágenes, una tras otra, cual fotogramas, de mis paseos por las decadentes y maravillosas calles de Lisboa. Es éste un momento de paz conmigo misma, y ni las niñas de mi vecina, gritando como posesas, son capaces de rescatarme de esta sensación de gratitud ante la tarde que hoy saboreo.
El timbre suena. Es mi amiga, a la que hace algunas semanas que no veo. Viene a tomar un café conmigo y eso hace que Dulce Pontes suene en mis oídos con más “dulzura” si cabe, por poder compartirla con la mejor compañía. Me quito los guantes llenos de tierra y le doy un abrazo. Preparo un café que tomamos en medio de una buena conversación, sin otra pretensión que la de sabernos bien y serenas, contemplando el mundo desde nuestro día a día.
Entre risas y miradas cómplices, dice: “me encontré ayer con Rodrigo y pude advertir en sus palabras y en su gesto que cada día te quiere más. ¿Cómo lo haces, chiqui?”, y Dulce Pontes alza su voz y llega hasta mí como un regalo que se recibe en un instante preciso, para adornar, más aún, la felicidad de una tarde en la que sólo contaba con oír buena música y arreglar mis plantas; vivir, en definitiva.”

Ahora sí.