jueves, 19 de mayo de 2011

Desfiles de moda (2).

Desfile otoño/invierno. Para Súper héroes en plena acción, acción moderada y reposo.

Pasarela Marvel. Móstoles.

Buenassss. Soy Cándido Blegado, apóstol periodístico de la moda Oul, la Frodelius y la Gutarri, de la última tendencia neoyorkina. Pero estoy aquí hoy para el pase anual de los/las que destacan por súper poderes o capacidades. Narro con detalle para ustedes, desde mi posición privilegiada de corresponsal de la Cadena Perpet. Ahí les voy, que esto empieza ya mismo:

Sale primero la Masa. Yo diría que viene cruda, y no me lo nieguen antes de que les cante lo que lleva puesto alrededor de cuello, cintura y juego de colgantes babilónicos: ¡Una toga de moaré cuajada de bolitas color pálido, pálido!, muy lejos de aquel verde intenso que hizo furor con este héroe aniquilador de grúas allá por los setenta. Al llegar al final de la pasarela, se le cruza una cucaracha, la pisa y se anuncia y produce una pausa de cuatro horas, lo que se tarda en poner una nueva pasarela.

Le sigue el Hombre Invisible. Sé que esta vez no es una percha mecánica debajo del modelo, porque muchos hemos tirado alfileritos y se nota que le hemos pinchado en algunas zonas, casi siempre la misma, porque ha soltado grititos. Viene envuelto en un traje doble de cuatro mangas, sin solapas, corbata bajo la camisa y pantalones de pana. Lo anuncian como “lo mejor para quien no tiene mucha costumbre de llevar nada concreto”. Se marcha desnudo, eso que puede, recibe aplausos a rabiar y se lleva un coscorrón con el coordinador, que no sabe con qué ha tropezado y maldice las señales de tráfico y las farolas mal puestas. Esto se anima.

Desfila antes del descanso el hombre bala (sujeto y verbo, no adjetivo relacionado con la velocidad). Nada más entrar, suelta su agudo reclamo pastoril de modo breve e intenso, hasta romper cientos de gafas y copas de anís, coincidiendo con la entrada de ciento cincuenta mil ovejas merinas que le acompañan y custodian.

Pausa para tomar algo.

Entre bastidores, vemos cómo la dama del crimen conocida como la Viuda Negra le está echando una miradita a un recién jubilado con buena paga. El jubilata, tonto como él solo, no consigue retener la mandíbula inferior en su sitio y entra al trapo. Antes de la reanudación del desfile, están escribiendo su esquela y preguntando a la bicha su número de cuenta completo.

Se sienta la gente, eructamos un poquito por la generosa copa de gaseosa dada por la organización y volvemos al tajo:

Aparece Toses Man, un héroe legendario. Viene con la cara roja y gira expectorando sin distinción a todo tipo de público, con radio de alcance hasta la quinta fila. Sus mallas ajustadas, el azul intenso de sus bufandas, más de diez, que se enrollan vertiginosamente a su cuello, hacen juego con las venas a punto de estallar, única forma de cortar por lo sano tanto ataque de tos ferina indiscriminada.

Cierran el desfile el Dios del Martillo Pilón, con más capas encima que las paredes de mi casa, rematando remaches de la tarima del suelo y el Hombre de Hielo Picado, poniendo hasta arriba los vasos para que en el cubata de después quepa menos ron, al estilo chiringuito. Su mirada nos deja helados. Trae una mantita eléctrica a cuadros en los riñones porque él, en estas fechas, lo pasa fatal por la humedad.

En resumen, un desfile entretenido.