viernes, 9 de julio de 2010

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XXVI).

Batalla de las rebajas de enero.

Bajo el título “Estampida y estampadas”, salí ganador del concurso de fotografía mural urbana de ayer día uno de julio de 2010. Explico el contexto de la obra.

La concibo como telón de fondo y visión global de una preimagen mental (yo me entiendo); la foto es en sí un universo de pelucas pegajosas que, paulatinamente, según la vista se acerca al centro de la imagen, va dejando ver pedazos de frentes y pómulos junto a –para terminar– los morros que, en plena maldición, se proyectan pegadas al grueso cristal de la puerta a punto de abrirse… ¡pero aún no abierta!

Vigilaba mi primo el guarda jurado que, terminado el bocadillo, me dio su parecer en relación al ángulo, luz y perspectiva para la instantánea. Según él, la visión de meleé de rugby de esta montaña de compradoras, donde sólo el azar decide quien es aplastada y quien no, daba una gran sensación de plasticidad. Yo le dije que me dejara en paz, que bastante tenía con intentar mandar la foto por Internet antes de que acabara el concurso.

Pedí un par de minutos extra para la apertura del comercio, debo confesarlo, pues los mofletes de personas muy bien maquilladas decoraban el gran mural de forma explosiva y expansiva, es decir, coloretes de uso privativo se acababan compartiendo con toda la que se dejaba aplastar en el vidrio por las jóvenes promesas recién llegadas que empujaban con todo el alma. Y los codos.

Una vez estudiados los detalles y conforme, disparé mi cámara y decidí quedarme a ver el desarrollo de la jornada en un día tan especial. Sentado en una cómoda viga colgante, me dispuse a observar.

Mi primo, a una distancia de doce metros y medio, accionó el botón de apertura y de modo inmediato se separaron dos inmensas hojas de cristal macizo que, a modo de faja de sesentón cervecero, desató el alud.

-¡Yostoi asquí desdante lascuatricuarto, cagüenlosmoños! ¡ahhh, aaaaahh!, -decía una señora delgadísima, cuyo objetivo principal era completar los ajuares de sus tres niños, que se le casaban en agosto.

Las cuatro señoras que le pasaron por encima lo hicieron con una sonrisa y deseándole muchas felicidades a los muchachos.

Una congregación de seglares llamada Flores En Tu Corazón irrumpía por la derecha del pasillo central, consiguiendo un hueco hacia la zona de útiles para la cocina. Buscaban ollas grandes y cacerolas inmensas, pues venía una delegación del Perú para un congreso, y la delegación masticaba hasta delante del micrófono, en el desarrollo de su ponencia.

El aluvión más significativo fue, sin duda, el perpetrado por la asociación de amas de casa Tus lanas y sus goles, que, tras reservar unos videos de Maradona y unos cojines de sofás, se lanzó a la lencería, la sección que anunciaba los mayores descuentos. Allí, un sujetador de la talla 120 demostró cómo, tirando entre ocho manos por distintas costuras, puede valer fácilmente para una poseedora de la talla 140. De hecho, una tal Morgencia Valladares recogió la prenda, la pagó y se fue a ponérsela en un probador. Una ganga.

Los pasillos iban depurando la marabunta, según el cansancio y el sofoco seleccionaban a las más fuertes.

Armadas de varias docenas de prendas luchadas, y algunas con el peinado original, avanzaban hacia el puesto central y circular de las cajas, donde diez empleados vaciaban cilindros de monedas para el cambio y quitaban las telarañas a las máquinas de pagar con tarjeta.

Y llegaron.

Y fue el rechinar de horquillas, rotura de tacones y despegue de botones, y gafas pisadas y dedos en los ojos como nunca se pudo ver en Almacenes Ramírez Pujol. Y un griterío que recordó al afinamiento de las Trompetas del Valle de Josafat con coro de niños de San Ildefonso sin micrófono.

Y, en un descuido, me caí de la viga para llegar en volandas al mostrador, sin deterioro físico al aterrizar sobre moños en permanente, aún turgentes según pude comprobar.

Ya finalmente preguntado por una cajera que qué y no saber qué decir lo que quería, me quité mi viejo sombrero y se lo pagué con Visa.

Sobre la misma alfombra de pelos con laca fui deslizado hasta que, llegado a la puerta de la sección de Informática Moderna, pude enviar por Internet mi foto para el concurso.

El primer premio, por cierto, era un sombrero, así que volví por la tarde a los almacenes, devolví el mío viejo y recuperé la pasta.

Desconcierto

Y allí estábamos él y yo a solas mirándonos fijamente a los ojos. Se me erizó la piel. Pude notar cómo se me aceleraba el corazón de repente y como me subía un extraño calor desde dentro del estómago para convertirse luego en sudor frío en mi frente. Nos volvimos a mirar.
Paralizada de angustia grité histéricamente y el asqueroso bicho salió corriendo para otro lado. ¡Dios, se ha metido entre los cepillos de dientes! ¡Y estoy sola! Torpemente busco el spray milagroso que no quiere responder ante mi desatinada maniobra. Con un golpe de valor infinito cerré el estante del baño dejando aquella cucaracha asquerosa y patilarga dentro del mueble confiando que pronto llegara a casa la artillería pesada.