lunes, 23 de junio de 2008

El fin de curso. El principio de verano. Algo de todo lo demás.

¿Firma de actas? ¿Archivo de papeles?

Un momento, por favor, no apague la luz. Deje que sea yo quien se encargue de cerrar puertas y ordenar los últimos archivos. Muchas gracias.

¿Qué me detengo a mirar ahora en la oscuridad?

Un pequeño recorrido. Yo me pregunto, yo me contesto.

Vaya, me digo, ¿un sendero?, ¿una autopista?

Un paseo con amigos, sin miedo a los baches.

¿Y a qué viene pararse a mirar atrás?

Es la cosa esa bonita de ver cómo hemos ido sembrando el camino por donde hemos pasado. Si faltaba un adoquín para pisar, siempre ha habido quien nos lo ponga bajo el pie o nos diera la mano.

 

Entre unas y otras, nueve meses. Desde que se inició “Paraleernos”; un curso escolar como decía, parecido a un parto.

¿Conclusiones? Puertas abiertas, siempre se echará de menos a los amigos que escriben juntos. Variación de temas, mejora, gente que viene a compartir y nos enriquece. Gracias a todos ellos.

¿Valoración? Día a día, para poder depender del corazón cuando la cabeza es bombardeada por las demás cosas que pasan.

¿Atascos? Pues claro que muchos, pero nos  juntamos para mandar sangre con más fuerza y reírnos de los trombos.

¿Calificación? La prudente que dice “comparte” a nuestros escritos para que mejoren. Y está claro que, poco a poco, mejoran. Lo perfecto sigue siendo enemigo de lo bueno y se aporta lo mejor que se tiene con la lima en la mano para perfilar y retocar hasta exponer lo que se piensa como un trabajo bien hecho.

¿Pronóstico? Ojalá que adictivo. Sin miedo. Ahí estamos, juntos, para quitárnoslo.

Feliz primer curso. Buenas vacaciones.

 

Según he visto en la pizarra, el blog permanecerá abierto durante el verano. Por lo visto, hay noches en esa estación capaces de conectarnos con la fantasía. Será el momento de agarrar un cuento y, si no os importa, dejarlo aquí. Será bienvenido.

 

 

IMÁGENES QUE AVISAN


Amaranta no supo elegir pareja. Se buscó a un tipo guapo, pero controlador y perverso que sólo la quería para gozarla.

Ella estaba ilusionada con verse envuelta por el vestido de color rojo que habían visto en un escaparate. Él le advirtió que no se le ocurriera comprárselo, que era demasiado sugerente. Pero Amaranta pensaba que, en el fondo, a él también le gustaría contemplarla así, y comprárselo y estrenarlo fue una misma cosa.

Le esperó reluciente para acompañarle a la cena de empresa que se celebraba esa noche.

Mientras el marido llegaba, se sentó y advirtió que las agujas del reloj de la sala (de un bello cristal de Murano que compró en Florencia, en otro tiempo, quizá más feliz), marcaban aún las ocho de la tarde, cuando, en realidad eran las nueve. Se levantó para cambiar la hora y en ese instante preciso, llegó él.

La miró, sin hablarle y con ira en los ojos entró en la cocina. Amaranta comenzó a cimbrearse levemente; era un temblor que le crecía desde dentro. No le dio tiempo a nada. Antes de poder siquiera moverse, le asestó una puñalada por la espalda, a la vez que su mano aún acertó a marcar las nueve en el reloj, que cayó y se rompió en mil pedazos.

Hoy, treinta años después, la incrédula Gloria piensa que es fruto del cansancio tan enorme por la mudanza que acaba de realizar, que, a modo de flashes, todas las noches aparezca y desaparezca ante sus ojos, la imagen de una bella mujer vestida de rojo que le sonríe, a la vez que la puerta se abre y entra su esposo, justo al sonar las nueve.