lunes, 21 de abril de 2008

FINAL DE SUEÑO

El campeonato mundial se celebraba a lo largo de dos semanas.

Manuel V. había entrenado todos los días, en sesiones de tarde y noche hasta mucho después del amanecer, sin límite de tiempo, y se encontraba pletórico, lleno de confianza en sus posibilidades. Partía como favorito, pero sin presión alguna.

De hecho, dueño de una técnica depurada, pasó a la final sin despeinarse, gracias a no mover prácticamente nada la cabeza en las pruebas clasificatorias.

Llegó el gran día y allí estaban los ocho finalistas: jóvenes llenos de vida, representantes de su generación, venidos de continentes distintos, climas dispares; más con ritmos vitales muy parecidos. Entre ellos, Manuel V.

El juez dio la salida con un sonido de interruptor de luz de una salita de estar.

Manuel V. se acostó con las zapatillas puestas, pero se durmió el primero. Tal y como estaba previsto en el reglamento, su madre vino a quitárselas sin que se despertara. Por la megafonía se le oyó decir “¡este niño, qué despistado es, por Dios!”. La salva de aplausos maternos fue atronadora.

Pasaron las horas y la emoción crecía. Un venezolano, Tadeo Nombrado, se revolvió en la cama, quizá con pesadillas, y se cayó por el lado izquierdo. Dos muchachos más, por culpa de los malditos refrescos de cola, se tuvieron que levantar a hacer pis. La verdad es que llevaban un rato despiertos y el público los abucheó a ritmo de nanas al ponerse el batín y sentarse para desayunar.

Dos norteamericanos, uno blanco y el otro también, picaron con un mando a distancia de una tele cercana para hacer zapping con cortes publicitarios, los que dan antes de las noticias de la mañana. Con un feo gesto del móvil, encargaron en directo varios productos en oferta.

En el tramo final de la final de tumberío abierto, a eso de las dos y media de la tarde, Manuel V., un finlandés y un sueco eran los únicos dormidos todavía.

Manuel V. había trabajado las siestas como nadie. Se notaba en el subir y bajar de su barriga: No tenía miedo a despertar sobresaltado. Y fue su gran experiencia en levantadas a gritos justo antes de las comidas lo que le dio la victoria: El sueco y el finlandés, en cuanto sonaron gritos de “¡sinvergüenza, vago, tunante, ¿a qué hora has llegado, seguro que borracho perdido?!”, hicieron por resistir, pero el levantarle las persianas y abrir los párpados fue todo uno.

De todos modos, se presentaron en pijama, cada uno sobre un colchón, a recoger las medallas de plata y bronce y la ovación fue de locura, rugiendo todo el estadio.

Manuel V., al día siguiente, con el cuerpo descansado y el estadio vacío, recogió en correos su medalla de oro al sueño. La guarda en un lugar seguro: debajo de la almohada.

El collar de estrellas (para niñ@s)

Me perdí buscando estrellas
buceando en el mar
sus reflejos en el agua
me supieron engañar.
Quería coger poquitas
para hacerte un collar
que brillara como el cielo
que oliera como la sal.
Menos mal que una tortuga
muy grande, descomunal
me recogió desde el fondo
me trajo hasta mi portal.
Ahora ya no busco estrellas
tan falsas como bonitas
quiero cantar canciones
que escuche la tortuguita.

HAIKU


En mis tinieblas

las sombras son estrellas

que me acompañan