jueves, 27 de noviembre de 2008

Grandes Batallas de la Historia (III).

Batalla naval sobre el Guadiana.

 

Llegamos nosotros primero, los partidarios de Alfonso Vigésimo, conocido como el Dodecaedro a tenor del trazado de sus facciones. Casado en primeras nupcias con una princesa con ceguera certificada, pudo al fin tener paz en su reino, todo el territorio de Argamasilla de Alba y sus huertos, hasta que pasó “aquello” en una fiesta de disfraces, donde le felicitaron por la careta antes de entrar en el salón. Con ocho bofetadas muy rápidas dadas con la misma mano, desafió a luchar por su honor al condestable Mariano de Pollón, un hombre enamoradizo y de gran éxito entre las damiselas, pero del que Alfonso XX desconocía su condición de valido de la reina Ariadna Ramírez Yolí, esposa de Rodrigo XL, monarca de las marismas.

Hasta aquí los precedentes, si bien la explicación de pelearse dentro del río estuvo en que no habían pedido reserva para lidiar en tierra firme y a la fecha que estaban les podían hacer esperar hasta tres meses. Demasiado para el furor que llevaban en su interior. Ansia de sangre y venganza.

Organización de la batalla.

Como habíamos cogido el mejor sitio, lleno de agua y con unas vistas cómodas que incluían el Sol a la espalda, ellos se trajeron cristales y escudos la mar de pulidos para darnos los reflejos en la cara. Así, entre que ellos no sabían donde ponerse para abordarnos y que nosotros teníamos esos puntos negros en los ojos, se echó la tarde encima y lo dejamos para el día siguiente.

Y aquí el disgusto.

El río es famoso por lo que lo es: Llegamos al amanecer, esta vez al mismo tiempo cada ejército por una orilla, con los barcos sobre ruedas para darnos una buena tunda, y resulta que no hay agua.

¡Pues tiene clarines la cosa!, pensamos.  Allí no quedaba ni un charco decente para que navegara ni una palangana.

Se tiraron los dados y ganaron ellos. Por nuestra parte, fui yo, el conde Corado quien firmó los documentos, quedándome la copia para el perdedor.

Pero al persistir el malestar entre los dos reyes, se me ocurrió una Solución: Como regalo por el nacimiento de Alfonso XXI, el primogénito del fiero y guerrero rey, Rodrigo envió un espejo sin cristal, algo que nunca le recordaría lo impronunciable de su cara al mirarse en él. Para contrarrestar la ausencia de imagen, se contrató a un grupo de actores para situarse al otro lado del marco, los cuales, atentos, se ponían ropas similares a las que el rey llevara al mirarse, dándole agradables sensaciones de buen parecido. Jamás descubrió el engaño.

A SABER

Me enamoré de tu vista

cansada, o sea, presbicia,

pero no de tu mirada

porque me cegó la lista

de pamplinas de novicia,

o monja recién entrada,

que dabas como noticias

en lugar de no hablar nada.

 

Maribel, me tenías loco

de sentencias aplastantes.

Tú no sabes bien lo poco

que me sobró del aguante.

Desde el principio, de novios,

decías lo inconveniente

sin mirar si había gente

o si causabas oprobio,

largando así, de repente

lo que para ti ocurrente

a mí me daba el agobio.

 

A la Academia pedí

ayuda al hablar, la forma

prudente al decir, la norma

y dos libros adquirí.

Los leíste junto a mí,

con atención y detalle,

pidiéndome que me calle

si te intenté corregir.

Cerrado que los hubiste

académica te vi,

con ciencia infusa dotada.

Y como lerdo me viste.

A partir de entonces fui

muy cerquita de la nada

considerado por ti.

Ya frases breves, brillantes,

contumaces, indudables,

hables lo que sea que hables:

Lo contrario que hacías antes.

Consecuencia de lo cual,

listillo y solo me hallo.

La próxima que hable mal

No digo nada y me callo.