martes, 24 de mayo de 2016

DE ACUERDO

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                  Telonius C. Rilla era un pirómano vocacional. No perdonaba la ocasión de prender una fogata y quemar cualquier cosa en cualquier momento. Eso explica que hace un mes, al bajar la basura y ver luz en la casa de su nueva vecina de enfrente, después de reciclar los envases se fuera directamente a chamuscarle la vivienda.
                  Una vez que aplicó al porche cuatro focos con cartuchos de rápida ignición, avanzó hacia la puerta principal abierta, desde donde, sin pasar de la entrada, lanzó al interior un pequeño coctel molotov compuesto de alcohol de farmacia y coñac del bueno.
                  A los diez segundos, unos aspersores de la marca Niagaraki junto a una regadera de plástico manejada con soltura –como sirviendo el té- por la nueva inquilina, habían hecho desaparecer las incipientes llamas.
                  La mujer y Telonius se quedaron quietos de pie, frente a frente, a unos tres metros de distancia, sin hablar. Pasados unos instantes, Telonius hizo sus primeras declaraciones.
                  -Volveré a intentarlo –dijo-. Y bienvenida al barrio, señora…
                  -Nora –respondió-. Nora Potempkim. Soy la nueva jefa del parque central de bomberos. Acabo de mudarme. Y en cualquier caso estaré preparada para apagar tu fuego. Ven cuando quieras.
                  Telonius dijo con voz firme que esta última frase pronunciada por la mujer era una clarísima declaración de amor, por lo que sí podía hacerse ilusiones. Ella concedió que la forma de hablar siempre de modo literal era imposible, de modo que también la penúltima frase se le había podido desdibujar.
                  Ayer decidieron vivir juntos, con electrodomésticos fotovoltaicos, ropa de casa de amianto y doscientos cincuenta aspersores repartidos por la casa, condiciones impuestas por Nora. A cambio, Telonius se encargaría de encender el fuego en todas las chimeneas y barbacoas de la urbanización.