Melania María cortó anteayer con Luis Elviro,
su vecino de enfrente, debido a las excesivamente frecuentes infidelidades de
éste, un golfo sin paliativos y sin excusas ni imaginación para justificarse.
Ayer, Melania se recalentaba unos fideos con
tendencia a la caducidad y mientras alguno dentro del cazo escapaba a la
fosilización, le dio por mirar desde la cocina a la ventana de enfrente, la del
dormitorio de Luis, un piso más abajo, con la que le unía una recia cuerda de
marinero, profesión de su ex amante. Esa cuerda, dura y tensa, había enviado y
reenviado tanto mensajes de amor como cestitas con flores y chocolatinas,
además del propio Luis en persona, quien recogía la ropa seca, se la dejaba y
se volvía un buen rato después aunque fuera sin la ropa.
Melania no tenía cogido el truco a su cocina y
una columna de humo la atacó a traición. Tuvo que sacar la cabeza para respirar
y sintió miedo al ver que apenas podía ver el patio. Se aclaró bien la garganta
y pidió auxilio en un tono vibrante, agudo y creciente, que estremeció a todos
los vecinos. Se avisó a los bomberos de que no era necesaria encender la sirena
y un londinense de paso reconoció con nobleza que las nieblas de su Londres
perdían en la comparación de visibilidad.
En un vistazo, Luis comprendió lo que había que
hacer, pero las dos mujeres con las que yacía en la cama pidieron una lógica
prioridad en ser salvadas del incendio pavoroso del que aún no se veían las
llamas, pero quién sabe, dijeron.
Los brazos de Luis eran fuertes y cada uno
sostuvo a una de las dos mujeres para deslizarse y llegar al suelo, pero justo
antes de realizar la maniobra, oyó a Melania subir dos octavas el tono de sus
gritos pidiendo auxilio. Miró hacia arriba y temió que el humo asfixiara a una
mujer de grandes cualidades, quizá algo tendente a la exclusividad. Se dirigió
a la ventana de enfrente y comenzó a subir a pulso por la cuerda pensando en el
rescate, sin pensar en que ya llevaba los brazos ocupados por dos cariátides
desnudas.
Era una emergencia. Melania reaccionó con rapidez
y, sin pensárselo, describió a voz en grito una serie de posibilidades
acrobáticas y picantes de verdad, que obtuvieron como resultado una sólida
opción de tercer agarre de sus manos para que el cuarteto formado por ella y el
trío inicial pudiera deslizarse hasta el piso de abajo y llegar al suelo sanos
y salvos.
Los bomberos, después de girar la llave de la
cocina vitrocerámica hasta la posición de “apagado”, pusieron el resto de sopa
de fideos debajo del grifo, llevaron mantas para el/las que las necesitaban,
hicieron un breve informe y se largaron.
Melania se sintió segura de pie en el suelo del
patio y minutos después soltó su agarradera.
Luis salió a saludar varias veces ante el atronador aplauso del público
de la comunidad de propietarios que daba al patio.
Después, todos a su casa, poco más o menos.