miércoles, 3 de septiembre de 2008

UN GOLPE

En el mismo instante en que Fiodorov Kransik traspasó la puerta de la tienda de su tío Tomás para robarle, se quedó helado al verle de pie, mirándole. Junto a sus zapatos había un cuchillo lleno de herrumbre que el viejo había dejado caer.

-Te esperaba, hijo mío –le dijo Tomás-. Vete en paz y olvidemos esto para siempre.

-No quiero que me llames hijo –respondió Fiodorov, apretando fuerte su cuchillo en la mano.

Los dos hombres no se movieron durante un tiempo corto y eterno. Ese tiempo que mide la espera de un hombre para morir.

Fiodorov levantó la mano que empuñaba el cuchillo y avanzó despacio. Se detuvo al ver que su tío no hacía nada por detenerle y rompió a llorar. Creía haber calculado bien la hora en que Tomás dormía y así no le habría encontrado al entrar.

Se lanzó hacia delante y en un salto estuvo tan cerca que se decidió a descargar  la fuerza de su brazo sobre él. Un golpe y todo habría terminado.

El cristal, al romperse, sonó como todas las campanas del mundo juntas: A música, a trueno y a muerte.

Al volverse, Fiodorov vio a Tomás tras la puerta, y por fin miró a los ojos de su tío en lugar de su imagen en un espejo.

Con las manos y la camisa manchadas de su propia sangre, Fiodorov vio cómo Tomás levantaba lentamente su pistola hacia él. También lloraba.