viernes, 2 de enero de 2009

Fragor

Esta mañana, al abrir los ojos te encontré sereno a mi lado,
eras como un océano dormido y tu respiración,
clavada en mi nuca, murmullo de bajamar.
Presentí frágil la delgadez pálida de tu cuerpo
y preferí no perturbarla con las ansias oscuras de mis dedos.
Recuerdo, de cuando aún era de noche,
tu voz persistente como lluvia de invierno repitiendo mi nombre
y yo, atrincherada en las esquinas conquistadas de tu colchón,
me armé de sábana y almohada
sin dejar que te erigieras héroe de esta particular batalla.
Caído el muro, hecho el amanecer,
clavaste las rodillas en el suelo
con el convencimiento de que nadie más,
salvo tú y yo,
reinamos en este reino.