El cascarón no se rompe. No tengo ganas de trabajar. ¿Por qué ese duende al que mi mamá llama con tanta fe, aún no se ha dignado a aparecer para auxiliarme? Es él quien debe arreglar este problema. Mi mami, cansada ya de una vida vacía y aburrida, me pidió como deseo. Pero ese enano despistado no llega y me asfixio aquí dentro.
Si me emplease a fondo, con mi pico duro, seguramente lo rompería, pero la verdad es que es mucho trabajo y yo he venido al mundo para otra cosa: para deslumbrar. El duendecillo será el responsable de que nazca hiperactivo, de lo mal que lo estoy pasando.
También mi madre sufrirá las consecuencias y no pondrá huevos de los buenos, con el disgusto. Y es una pena, la verdad, porque los huevos de mi madre no son unos huevos cualesquiera. Así que eso es lo que hay. Como éste no venga esta noche y me saque rápido, me veo currándome yo, con mi piquito, la perforación de esta coraza, y eso estresa tela.
Y veo a mi madre poniendo, si acaso, huevos normales ya para siempre; ni de oro ni nada de nada ya. Y teniendo que comprarse el libro de autoayuda ése… ¿cómo se llama? ¿Supermamita? Sí, sí, eso, Supermamita. Le hará falta para educarme.