Te conocí una noche de febrero. No hacía frío, al menos yo no lo sentía, sería debido a mi juventud.
Te encontré de fiesta, no sé qué se celebraba pero todo resplandecía iluminado y reinaba gran alborozo por doquier.
Buscamos alojamiento pero hoteles y pensiones se hallaban ocupados debido a la fiesta .
Pasamos la noche en casa de unos amigos. Desde el primer encuentro me sentí atraida por tu encanto, de tal manera calaste en mí, que a pesar de los muchos años transcurridos nunca te he olvidado.
Fueron tres los que viví junto a ti y con los tuyos, tres años preciosos de mi vida, en los cuales aprendí mucho; sobre todo, me enseñaste a vivir junto a otras culturas, otras religiones y a comprender que no somos tan distintos los seres humanos unos de otros, lo importante es respetar y comprender a los que son diferentes y que los sentimientos son lo que nos iguala.
El atractivo que sentí fue recíproco ya que tu gente me abrió sus puertas y en más de una ocasión me demostró su cariño. Disfruté en aquel tiempo, de las mañanas yendo a la Medina para hacer la compra del día, y me encantaba escuchar a los vendedores pregonar sus mercancias y pasar con los borriquillos por sus estrechas calles. También pasé ratos agradables, cuando me adentrabas en fiestas propias de tu cultura con las que en más de una ocasión creí estar viviendo cuentos de las mil y una noches. También paseamos algún domingo por tus playas y tantas y tantas cosas agradables vividas junto a ti difíciles de olvidar.
Hace unos años volví a reencontrame contigo, experimenté una gran emoción al verte de nuevo, y a pesar de que ni tú ni yo estamos como entonces - ya que los años nos han cambiado-
me sentí tan fascinada como entonces, recordé a tus hijos, Fátima y Abdelkader, a CHacor, todos buenos amigos. Si querida Tetuán, a ti va dirigida esta llena de cariño y ternura para ti y tus gentes, posiblemente no volvamos a encontrarnos, pero tu recuerdo siempre me acompañará, recibe esta carta que con mi amor te dedico.
Paquita Ortiz Navarrete.