miércoles, 5 de octubre de 2016

CORBÁTICOS ANÓNIMOS


                  -Hola, soy Julio Tronío Bebetsander, y soy corbático por imposición social.
                  -Hola, Santander de rostro abstracto. ¿Cómo das las volteretas? ¿Las encadenas?
                  -Corbático, querido tarugo, no acrobático. Como tengo yo los riñones…
                  -Pues nada, hijo, perdona la tragoverbosis provocada por tu asquerosa dicción. Sigue.
                  -Hoy en día me alegra comunicaros que llevo tres meses sin corbata, justo desde el día en que entraron a robar en mi casa y, quizá por los nervios, se fueron a por las bragas beige de mi suegra; ella las guardaba junto a mis apéndices picudas, de múltiples y distintas texturas, decoradas con motivos variadas. Las bragas fueron dejadas en un contenedor para carpas de circo de grandes extensiones. Y en Navidades, media comunidad me regaló una corbata.
                  -La cuestión es que ahora vas sin ese colgante, enhorabuena –dijeron dos ex usuarios de pajarita a lunares apretadas con fuerza en los bolsillos.
                  -Mi historia tiene que ver con la elegancia que supone llevar, moderadamente, ese trapajo pendiente y pendulante, en lugar de ir hecho una birria andante, como vosotros, queridos amigos, que da grima imaginar cómo iréis a las Juntas de Accionistas.
                  -Te seguimos, cenutrio. ¿Cuándo te diste cuenta de que no eras libre?
                  -La primera vez fue en la boda de mi vecina Nati. Acudí a cuello limpio más allá de lo higiénico, con tres botones desabrochados en mi inmaculadamente arrugada camisa, dejando ver el vello rizado de mi pecho.
                  -¡Ainch, por dio, por dio, que alguien pare a ese mushasho y no siga diciendo cosas tan sésiles! –suelta una joven septuagenaria con coletas.
                  -Y ahí mismo, en pleno altar, un antiguo novio de mi Santiaga me tiró en la cara la pieza telar con el nudo hecho y mi novia me echó el lazo. Como si, literalmente, estuvieran linchando a un malhechor. Con la cogorza tan grande que cogimos, no pude desprenderme del colgajo hasta tres días después. Yo soñaba con que la hubieran cortado y subastado, pero, por lo visto, eso es privilegio exclusivo del novio; mi suegro estuvo atento y apretó el nudo. Ante tanto tonto intento, me hice adicto. Al principio, para desayunar, comer y cenar. Poco a poco, hasta en la piscina, haciendo juego con el bañador de turno.
                  -Resiste, hijopordió –alenta la septuagenaria entre crujidos de mandíbula.
                  -Ya no sé qué hacer ni donde ir. Hasta el espectador medio de los estadios me recrimina no llevar el péndulo telar. Muchos van sin camiseta, algunos incluso dan forma de corbata a la bufanda con los colores de su equipo de toda la vida. No sé qué hacer, me siento como muy perseguidísimo.
                  -Una cosa es irte pal guano, digo yo –suelta un ex usuario de lacitos moña, como en Nevada o Texas-. Otra es llevar tijeras o bolsillo y, en cuanto salgas a la calle, cortar o guardar la prenda y sentirte libre entre claxons de colores y semáforos ruidosos. Vive al menos la mitad de una doble vida, aunque te obliguen a ducharte imitando a un cuatrero ahorcado.
                  -No está mal la estupidez que me propones, cocohueco. Lo pensaré.
                  -Pues piénsalo pronto, tontoporra, porque tenemos aquí en el local, en la sala de espejos, la reunión mensual de Nadar sin Nada, y, para que se vayan acostumbrando, han aceptado acudir hoy, al menos, con corbata. A ver si puedes darle tú la charla y nosotros descansamos.
                  -Pos bueno, pos vale, pos me alegro.

a poco, hasta en la piscina, haciendo juego con el bañador de turno.
i suegro estuvo atento y apret el vello rizado de mi pecho.dio que alguien pare a ese muchacho.





a poco, hasta en la piscina, haciendo juego con el bañador de turno.
i suegro estuvo atento y apret el vello rizado de mi pecho.dio que alguien pare a ese muchacho.