miércoles, 6 de enero de 2010

VICEVERSA.

Mis pinceles exigen del lienzo la tersura de la piel de un tambor para avanzar sobre él; así se deslizan o se quedan clavados en el punto donde paro a descansar.

No concebía esas ondulaciones de mi último cuadro, un lienzo de varios metros de largo por más aún de alto: Mientras yo hundía mi espátula en el ángulo superior izquierdo, veía promontorios en el centro, que se desplazaban hacia abajo, bien en línea recta, bien con la cadencia de una pluma.

Muerto de miedo, bajé de mi escalera y moví hacia mí el enorme bastidor. Y, en efecto, allí estaba ella, pintando un cuadro parecido al mío pero menos tenso, por la parte de atrás.

No nos dijimos nada. No supimos por qué había un lienzo en lugar de pared para dividir en dos el enorme estudio. Nos dimos los buenos días y seguimos pintando. En el museo, bastará un sitio giratorio para cuando expongamos la obra terminada.