Ayer mismo tomé la decisión. Mi mujer y mi hijo no me acompañarán. Ellos sabrán lo que hacen.
Soy amante de los árboles; desde que nací. Jamás he mutilado una rama. Si acaso, he ayudado a podarlos como hacen los peluqueros de todo el mundo. Pero el que tengo delante me tiene amargado. No para de crecer multiplicando sus tupidas hojas y, al final, ha conseguido taparme las extraordinarias vistas que siempre he tenido del valle y las montañas. Intenté protestar:
-Antes del mediodía no tengo apenas luz, es peor que una nube negra, -dije delante de un buen número de vecinos.
-No talaremos ese árbol por ti. Sal más, muévete y mira desde otro lado tus montañas, -me contestó un viejo, a quien nadie discutió su autoridad moral.
Después de una semana no lo dudé: Me mudé de árbol. Mi mujer y mi hijo, que viven en las ramas más altas, no me acompañarán. Ellos sabrán lo que hacen. Pero, al despedirme,
-Vuelve cuando quieras, Tarzán -me dijo Jane.