martes, 27 de mayo de 2008

RONDA.

Contacto visual.

Es lo primero. Que me vea. Que me vea y que vea que yo la veo. Eso es.

Por ahí viene. Qué caída más tonta, la pobre. Pero ya me lo dijo su prima Mari Vicuña, “A todos lados con tacones; aunque venga cargada con cuatro bolsas hasta arriba, ella con tacones”. Y ahora no es plan de que vea que la he visto. No veas qué corte, con todas las patatas debajo del coche verde ese, que lleva más de dos meses abandonado, a pesar de que mi madre ha llamado a los del depósito municipal antesdeayer… ¿qué decía yo?

 Lugares comunes.

Cuando sale del trabajo, ella tiene sus sitios para ir a echar una canita al aire, como dice mi tío Pablo. Pero el Pablo de parte de mi padre. Porque el Pablo de parte de mi madre es cura de San Vicente del Horts... que me descentro. Ella se va a tomar un agua tónica a un bar amarillo que está al lado del Cortinglé. En realidad es una cafetería, pero nadie toma café. A lo mejor propongo que se llame toniquería y me luzco o hago el ridículo. Pero ya sé a qué hora puedo entrarle: cinco minutos después de pedir su consumición, empiezan todas las amigas –ella de las últimas- a ir al baño. Sincronizaré mi reloj con el del Telediario de la primera, porque he visto que el reloj del video también tiene la misma hora...

He pensado también que podría hacerme el encontradizo en Pandurito, la tasca de su tío, pero ella va a ese tugurio sólo para recoger a su padre, al llamarlo la mujer para cenar. La cosa es que a mí el vino que ponen allí no me gusta.

 Amigos comunes.

Ninguno.

 Otras posibilidades.

Las actividades del Distrito Sur. Este año se ha puesto en marcha, además de lo de montar belenes, una clase de baile. He estado hablando con el señor Concejal de Cultura -mi tío Pablo- y creo que van a ser los lunes y miércoles de siete a ocho de la tarde, y los sábados a las nueve y media, con baile abierto para todos los vecinos. Tengo, pues, tres oportunidades a la semana, que contando, contando, se van a las ciento cincuenta y seis en un solo año. No debo fallar.

Otra posibilidad sería hablar con su hermano. Pero no va a ser fácil hasta que nazca y sus padres son ya mayores. O en sus tres hermanas, casadas y con muchas ocupaciones, pero ni hablar: Me da apuro molestarlas con cosas que quitan tiempo y comprometen, viviendo como viven en Honolulu.

 Cosas que tienen que pasar.

En su empresa la convención se hace este año en el hotel Gargolitas, de toda la vida con salones para celebraciones y reuniones de trabajo. Monísimo. Tenían previsto seguir trabajando al día siguiente y todos los empleados pernoctaron en la primera planta para poder comenzar temprano las ponencias. Es estupendo que sea yo el gerente de este hotel. Llamo a una puerta y ahí está ella, que me abre y de un tirón de la corbata me lanza a la cama. Caigo, pues, en blandito. Y ella sobre mí, en blandito también, que no soy persona huesuda. Cuando puedo volver a hablar, han pasado unos ochenta minutos preciosos que no he aprovechado para decirle, tan despeinado como estoy, que me gustaría invitarla a tomar una tónica.

Digo yo que, siendo su vecino, debería haber empezado todo esto de una forma más sencilla.