viernes, 14 de septiembre de 2012

Recuerdos de Viajes (5).


El Infierno. Primera Parte.

Ayer, después de misa, como se han terminado las clases de padel, estuve en el infierno. Entré con Dante, despistado todavía y dando vueltas, junto con su primo bajito Mínimo Dutti. Se quedaron dando más vueltas en el vestíbulo y entré solo.
El caso es que aquello tiene el termostato estropeado. Ni más ni menos, así que se lo zampé al portero, un agente de seguros sin redención posible. Y abochornado que se quedó, que no es fácil. Con lo de los extintores caducados me propuso poner una queja por escrito; me limité a poner el grito en el Cielo.
De la decoración, un rojo sangre intenso tirando a morado carmesí bermellón, bien a la entrada, pero te cansas si ves el mismo tono en los baños y la sala de estar, que es donde siempre están y son todos los que están allí siempre. Yo me entiendo.
Recorrí las instalaciones nuevas, las de gente sin puntos en el carnet, apropiación indebida o trajes muy modernos en reuniones familiares tradicionales. Y allí, la verdad, se aburre uno. Venga carbón, venga carbón, con lo que cuesta sacarlo teniendo en cuenta que allí no se puede caer más bajo. Entonces, digo yo, ¿para dónde escarban las criaturas? De reojo miré el mostrador y aquello estaba a reventar de hojas de reclamaciones escritas en amianto, que la gente no es tonta. Pero como prisa tampoco hay, se tragan lo de “vuelva usted mañana”.
Charlé con tres jefes de Estado que en vida se daban la gran vida, se la daban de estadistas y anduvieron liados en genocidios. A uno fingí grabarlo para una revista de Historia y cuando le dije que cerrara los ojos, le di una patada en los güevos mismos. Se calentó el ambiente, se puso nervioso y le recomendé una tila templada aguantando la risa. Más se mosqueó y se lo llevaron entre dieciocho a tomarse la tila, pero hirviendo. Al otro, le di francamente en los senos maxilares con una copia en piedra del libro blanco de otro que tal baila, al que dejé quemao (¿entendéis?) al no avisar de que su sillita ardía. Yo ya me partía. No digo nombres para no remover leyendas, pero están sutilmente incluidos en la noticia, para los lectores hábiles.
Después visité la cocina, de gas pero sin conexión, por el peligro que supone un escape. Porque, eso sí, de allí nadie se escapa. Y si se escapa algún gas, le llaman la atención con dos eternidades más de condena de inmediata aplicación.
Terminé la ronda en un spa y por poco me quemo las uñas de los pies al entrar en una fuente termal. Y es que si tienen que estar allí, que controlen la birria de encargados que tienen. Me sequé pronto y no dejé ni un céntimo de propina.
Al salir, con alguna mirada de rencor, llegué a casa andando con la fresquita en Sevilla, a 45 grados. Oí un mensaje en el contestador donde me citaban a una inspección en la Agencia Tributaria. Cogí mis tres cajas de documentos y me fui para la delegación central, andando por supuesto. Yo ya me había preparado para la entrevista. No me iban a coger en frío.

Grandes robos de la Historia (2)


2. Pinacoteca de San Juan de Mostachitos. Centro de Bolivia.

Equipo formado por:
Anastasio Peralta Médica. Rompemuros, abresobres, descorchador de botellas y destapador de botes de aceitunas (de los fuertes, fuertes que te duele la muñeca). 30 Condenas, algunas por sorteo. Poco hablador.
Pep Most Pons, alias el monosílabo o el monosabio, según. Mecánico de cajas fuertes.  A veces se queda dormido dentro de ellas, porque el chico recién nacido, Bertito, le está  dando muy malas noches con la barriguita.
Salma Sosa Sosías, la que mejor sisa, capaz de robarte los pelos de la nariz bajo el mar sin que te quites la escafandra. Se encarga de hacer las listas, tanto de las herramientas finas como de los productos de limpieza para el garaje siniestro donde se reúne el grupo. Sin condenas, gracias a robar a tiempo las sentencias del refajo del juez de turno.
La jefa operativa del grupo, Jonasa Benceno, la Inflamable. De carácter agrio y visceral, cambiable, alterable, imprevisible y finalmente jovial, cuando todos se han ido. Se encarga de las combinaciones de encajes, de color claro, así como las de las claves de las cajas y de las alarmas.
El golpe se fija para el 19 de agosto de 2012, con la fresquita.
La entrada, de entrada, es gratis por lo del día del amigo del museo. Algo que el grupo agradece, porque si no, a esperar otro año para dar el golpe.
Para no producir pánico y trabajar tranquilos, se tira arroz al público apuntando a los cogotes con canutillos vacíos de bolígrafos gastados. La mayoría atribuye el hecho vandálico a un grupo de escolares feos y quedan en la calle para pegarse y matar, al menos, el aburrimiento.
Se despliega el grupo abarcando las tres salas mayores.
Se abren bolsas y latitas de refrescos.
Por poco se abre la cabeza Anastasio, al embestir contra el muro madre de grueso cristal que separa la sala II de la III. Finalmente, con disciplina espartana, acepta entrar por la puerta que comunica ambas salas.
Se lanza el grupo, todos a una, a por las alcayatas, que desmontan con pasmosa facilidad gracias al “kitatuerkd2en2”, producto hondureño de excepcional calidad que Salma ha previsto y provisto gracias a un contacto de la Universidad, un tal Perico Rico.
Acto seguido, envuelve dos obras de “El Tosco” en papel de aluminio y lo apoya en la pared.
El resto sigue su ejemplo y se pone a quitar cuadros como locos.
Hasta que llega un momento en el que Jonasa, una enamorada de la decoración, le dice a Pep, su esposo y amor secreto:
-¿Y si cambiamos ese tan oscuro, el del fondo, y ponemos en su lugar dos más pequeños, de los que todavía no ha envuelto del todo el Anastasio?
En un momento, se dejan de tirar cuadros por los suelos y se ponen todos a cambiar de sitio, aprovechando los huecos, devolviendo las alcayatas, ¡sin un solo agujero de más!, ¡sin obras!
Cuando llega la policía, que siempre hay entre ellos quien entiende de arte, lo primero es felicitar a la jefa del equipo.
-Pero ¿cómo no se habían puesto así estas maravillas, después de tanto tiempo? Esto ha quedado mucho más alegre, dónde va a parar.
-Y oiga usted ¿qué se hace con los que sobran, estos tan oscuros?, -pregunta un sargento de segunda clase, nuevo en la ciudad, queriendo hacer méritos.
-Pues estos señores se encargarán de quitarlos de en medio, que no hay peor cosa que un museo desordenado. Luz y Espacio, amigo mío, luz y Espacio. No olvide nunca esas medidas para contemplar el arte. Adiós, damas y caballeros.
El sargento sale cabizbajo y mordiendo su libreta sin anotaciones.
Salma y Pep recogen el material de trabajo. Antes de embalar lo que le han dejado llevarse, aplican hielo al chichón de Anastasio y pasan un cepillito por el suelo, que dejan impecable.
En el garaje, hacen balance del golpe y ven, desolados, que no llegan a los cincuenta millones de euros por barba en la subasta por videoconferencia que celebran.
Tras merendar en silencio, Jonasa se levanta y suelta lo que todos esperaban:
-Mejor nos dedicamos a otra cosa, muchachos. Queda disuelto este grupo. Al salir, devolved los calcetines y que os vaya bien en el futuro. Más de uno sufrirá la tentación de vivir honradamente. Ojo, que han vuelto a sacar plazas para oposiciones.
En cuatro coches negros, la noche engulle a los –no quizá, seguro- cuatro mejores ladrones de arte de la calle Minas número 11, donde los cuatro viven con sus familias desde que se hizo la promoción de viviendas de VPO “Minasol”, sin entrada, magníficas calidades.