domingo, 2 de septiembre de 2012

Sangre azul caliente.



El 28 de junio de 2012, Lord Ismael Cromwell IV, sentado en el sofá de su mansión de Chochester, azotaba a sus criados Maximilian y Edward con un periódico antiguo. La razón estaba de su parte, decía el Lord, dado que los dos empleados habían derrochado leche condensada en las tres últimas tazas de té servidas a sus tías, las loroseñoritas gemelas Bartolaida y Merlinda.
Una vez terminado el proceso de desahogo por parte del dueño de todas las vidas y muertes de los trabajadores de la gran hacienda de Chochester, Max y Eddy se abotonaron los chalecos y plancharon entre ambos el periódico para su posterior relectura por parte del amo.
Al salir, se cruzaron con Lady Loles Asangermouth, cónyuge de Lord Ismael y verdadera regente de la propiedad y sus movimientos diarios. Apenas se notó el crujido estructural al sentarse. Sus articulaciones notaban la falta de aceite, pero ése era el menor de sus problemas.
-Tus tías han vuelto a comerse las galletas, querido. Nadie las ha seguido al salir y han pasado por la biblioteca, donde alguien les ha debido informar de que estaban guardadas allí, -dijo Lady Loles una vez erguida en su asiento.
-Sé que tenemos el enemigo en casa, amor, pero debemos resistir, -contestó el cuarto de los Lores de Chochester.
-Hoy he ido a la caja de ahorros y he hablado con esa chica tan moderna, Patty Pong, y no he conseguido robarle la caja de grapas. A duras penas me he traído un bolígrafo, de esos que tienen para firmar los clientes.
-¿Qué sabemos de nuestro saldo?, -preguntó el Lord.
-¿Qué saldo?, -respondió preguntando la mujer.
Ambos quedaron abatidos durante un buen rato. Se estremecieron al unísono (como en tantas otras cosas, pensaron pícaramente) al imaginar que sus antepasados les vieran en la situación actual. Poco a poco se quedaron dormidos.
A la mañana siguiente, Maximilian los encontró en el salón, en la postura de lectura. Comprobó que respiraban a intervalos, uno primero y el otro cuando terminara, para, al menos, ahorrar aire.
Los estiró como pudo y, uno en cada brazo, los llevó al dormitorio para que descansaran.
Antes de la hora de no comer del 30 de junio de 2012 en Chochester, la servidumbre, viendo el panorama, se reunió.
Cinco doncellas, la ama de llaves, dos criados para todo y el mayordomo principal, Clarence Pelham, se sentaron alrededor de la enorme mesa de madera de la cocina.
-¿Y a dónde vamos a ir?, -preguntó una doncella, Doris Calper, empezando la reunión como si llevara mucho rato mantenida (la reunión).
-En las cinco mansiones de los alrededores sólo dan una comida al día, -dijo la encargada de las cortinas, Brigitte Moscardó. -Y no avisan, hay que estar atentos.
-No queda otra que sembrar pimientos, ajos, cebollas y patatas, esperar a que crezcan y comérnoslas después. Si sobran, venderlas, -dijo Doris.
Se produjo un escalofrío colectivo, tanto que fue compartido por lord Ismael  en el umbral de la puerta de la cocina, desde donde, en silencio, escuchaba con el periódico de azotar en las manos. Como un tigre salió de su escondrijo.
-¿Mi mujer vendiendo papas?, -preguntó dando por hecho que él no daría golpe y que se imaginaba a Lady Loles despachando y a Bartolaida (la más lista de las gemelas) cobrando a los clientes.
-No se nos ocurre nada más, Milord, -dijo el mayordomo.
Cuando emergieron las primeras verduras del macrohuerto de Chochester, Lord Ismael había tratado su garganta con limón y miel y, recordando sus tiempos de cantante de boulevard, paseaba entre los puestos anunciando a viva voz sus lechugas, berenjenas y pimientos como los mejores de toda Inglaterra.
Lady Loles, adaptada al nuevo orden de los tiempos, disfrutaba de unos huesos rejuvenecidos y regateaba hasta los peniques con sus vecinas, las dueñas de haciendas también venidas a menos pero sin una campiña plena de vida como la de Chochester, donde cientos de ilustres antepasados entregaban su fuerza orgánica al crecimiento de verduras frescas de un sabor excepcional.
Cada cierto tiempo, Lord Ismael paseaba por el huerto para revisar el ritmo de cuidados y recogidas de sus productos hortícolas, azotando simbólicamente el trasero de los que veía más indolentes, para no perder la tradición.
No se conocieron más fines de mes ajustados en Chochester House.