miércoles, 9 de diciembre de 2009

GRANDES BATALLAS DE LA HISTORIA (XXI).

Batalla de maletines del Metro de Brooklyn.

En la mañana del día dos de octubre de 2009, Fred Deville y Gregory Snipes esperaban el mismo tren para ir a trabajar.

Tan cerca estaban, que Gregory se abrochó el cinturón pasándolo por una de las presillas laterales del pantalón de Fred antes de cerrarlo y al abrirse la puerta del vagón fueron empujados hacia dentro como un solo cuerpo.

-¿Siameses, mamaíta querida? –preguntó una niña morena de rostro de manzana y voz aguda y chirriante.

-No sabría decirte, perlita linda de mi corazón, -respondió la mamita querida con una voz aún más chirriante.

Un frenazo para no arrollar a una señora de la limpieza secando a mano unos raíles fue lo que provocó el amasijo de cuerpos sobre la parte delantera del vagón. Los siameses de hecho, en cambio, quedaron a ambos lados de una de las columnas de la plataforma, aunque sus carteras sí salieron disparadas hacia la montaña de carne humana.

Mientras se reanudaba la marcha, fue desmontándose el Himalaya de cuerpos. Una vez redescubierto el suelo, el revisor repartió con orden los diversos artículos esparcidos por el piso, incluida su gorra de autoridad ferroviaria.

El dilema surgió al devolver dos maletines. Los dos se habían abierto a causa del violento parón y el revisor se quedó tan callado como el resto de los viajeros.

Un maletín estaba lleno de ropa interior femenina. El otro contenía, al menos, medio millón de dólares en su interior, en billetes nuevos y grandes.

La máquina comenzaba a ganar velocidad. Los viajeros, redistribuidos de nuevo, impedían que Fred y Gregory pudieran avanzar. Aún no se explicaban por qué parecían pegados y la siguiente era una parada donde entraría mucha gente y habría menos sitio para moverse.

El revisor comprobó que ninguno de los maletines tenía identificación.

Quedaban dos curvas. La velocidad bajó algo después de la primera, pero aceleró en una recta intermedia. Los dos hombres pidieron ayuda y la recibieron de un tipo con exceso de músculos que arrancó la barra vertical que impedía moverse a los de la cintura compartida.

-¿Cómo sé que cada uno cogerá la cartera correcta? –preguntó el revisor.

El tren silbaba hasta romper el tímpano, anunciando su próxima parada: Nada de riesgos con más operarios suicidas de la empresa de mantenimiento de raíles.

Como respuesta, los dos se abalanzaron sobre las maletas.

-La mía es la del dinero, -dijeron Fred y Gregory al mismo tiempo.

Fue la única declaración que esperaban los ocupantes del vagón. Se produjo entonces, sin necesidad de otro frenazo a destiempo, una segunda montaña de cuerpos que concentró al pasaje en la zona delantera del vagón. Esta vez sin excluir a nadie.

Al llegar el tren a la siguiente parada y abrirse las puertas automáticamente, una explosión de viajeros gritando con bragas de múltiples colores en una mano y un fajo de billetes en la otra, se extendió por la estación como un hormiguero.

Por último, descendían los dos hombres con las ropas arrugadas, sin sombrero y con una maleta vacía cada uno.

Mientras cortaban el cinturón umbilical que les había unido, Fred pudo mirar a Gregory por primera vez y lamentar el incidente.

-¿Por qué dijiste que era tuyo el maletín del dinero? –preguntó Fred, derrotado.

-Porque no podía imaginar, si no llega a abrirse, que alguien me hubiera cambiado mi maletín por otro con un puñado de bragas de colores.

Magullados y frustrados, los dos transportadores de fondos para compañías de seguros tendrían que dar muchas explicaciones al llegar a sus respectivas oficinas.