lunes, 8 de junio de 2009

Foto: Peneka

A diario se sentaba frente al amplio ventanal. Apoyaba su espalda sobre el respaldo desgastado de la butaca de madera. Se mecía lentamente, acompasando su vaivén a los sones de aquella música lejana que volvía a él como la mar a la orilla. La música le envolvía. Cerraba sus ojos y abría su corazón. Frente a él, el amplio ventanal. Más allá, en el horizonte del atardecer, unos ojos le venían a visitar. Aquellos ojos color miel, aquellas palabras, aquellos recuerdos...
A diario se sentaba frente al amplio ventanal. La música sonaba y le envolvía. El suave vaivén de la butaca le adormecía. La noche llegaba despacio. El cielo, a veces cuajado de estrellas le recordaba que ya, ya era la hora.