viernes, 31 de diciembre de 2010

UN PREMIO.

Alicia (RaízdeAjo)2 Gómez era una humilde ingeniera del planeta MaterSolia. Humilde hasta el punto de no llegar a tener ni un mal kilo de polvo de plata en las pestañas, la rutina se le rompió con un golpe de suerte cósmica de nivel π3 dentro de un sobre de café soluble en forma de premio para viajar a otra Galaxia. Si bien no se trataba de un destino paradisíaco, al menos era todo incluido.

Alicia desembarcó su nave cerca de Grecia, en el tiempo de los dioses, las ninfas, los héroes y los grandes filósofos griegos, juntos y revueltos. Bajó los escalones a pie, una vergüenza que no anotaría en su bitácora, y caminó sola y sin rumbo fijo para llegar a una fonda cercana a Tebas.

-Hola, buen desconocido, -le dijo al primero que se encontró en una especie de barbería-. Vengo de otro mundo con un prospecto algo tipificado, lleno de tópicos quiero decir, y, si no te importuno, querría hacerte unas preguntas, quizá algo delicadas.

-Pregunta, ser de donde seas, -respondió el interpelado, que además estaba siendo pelado entre dos.

-Pues se trata de saber si aún hoy, siglos vuestros después de que una vecina mía, Loyola de Exponente, viajara por aquí, quedan seres que tengan añadida una bolsita alargada, que se hincha con cierta facilidad hasta adquirir un estado de breve aunque excelente dureza, obteniendo así un útil adminículo que introducir en mi interior, a la misma altura curiosamente, y agitar y frotar la misma dentro de tal guisa que se acaben viendo –y sé de lo que me hablo- las estrellas y demás chispas, aún no habiéndose venido la noche.

El interlocutor, solemne, dejó la jarra de hidromiel sobre la mesa y, con gran precisión, dio curso a la petición de Alicia en los términos y resultados descritos. Debemos hacer constar que desechó en todo momento la abstracción, tan propia del mundo helenístico.

Horas después, el piloto automático avisaba a Alicia del momento para la vuelta del crucero y su regreso a la rutina de dos millones de horas de jornada laboral diaria.

En el Olimpo, el centauro Jergostos relataba con alegría las múltiples posturas con que había gozado recientemente con la más extraña de las mujeres que había visto.

-El vino te ha cegado una vez más, -dijo Ares, riendo.

-Puede ser, puede ser, -respondió Jergostos jovial, brindando con una jarra llena de hidromiel y sus pestañas cubiertas de un finísimo polvo plateado.

De regreso en MaterSolia, Alicia añoraba los recuerdos del único viaje interestelar que haría en su vida, dado su humilde linaje de simple ingeniera estelar. Mientras se acariciaba el vientre ante su prominente embarazo, vio pasar a su jefa, Lolastarlet Polinomial, quien presumía de amantes extraordinarios.

-Ninguno, ninguno con más de tres piernas, seguro que no, -pensó Alicia sonriendo para sí.

RECURSO.

Peter tenía el balón bien atrapado entre las manos, los codos abiertos y las piernas flexionadas, como decía el entrenador Cooper. Los segundos transcurrían y no tenía a quien pasar la responsabilidad, con los gritos del pabellón retumbando en su cerebro y sin poder hablar con nadie. Cerró los ojos y lanzó el esférico con el mejor estilo: salto coordinado, impulso de la mano derecha con apoyo en la izquierda y posterior permanencia en extensión del brazo.

El balón salió limpiamente por la ventana del pabellón, botó con estruendo en el techo del Cadillac del entrenador Cooper y activó la chirriante alarma de robo, suficiente para indicar el salto inicial y principio del partido. Pensó en gestos para el resto de decisiones arbitrales, pero no hizo falta: la palmada en la espalda del entrenador Cooper le hizo escupir el silbato y el partido se desarrolló con normalidad.