Arturo ∫∫ era un pobre robot bisexual del montón.
Como todos los de su generación. No tenía la prestancia de un Leopoldo Serie
πYIN ni la fuerza de un Atlas 1002(‰), pero no era, ni se sentía, un
trozo de lata. Cuando constató en el catálogo mensual que su pelvis modelo no
universal PMNU no sería renovada, sintió un golpe agudo de oxidación justo a un
palmo de donde los humanos, esa especie blanda y viscosa que se convirtió al
titanio plástico, tenían el ombligo.
Pasó por delante de la discoteca
THOR NIK ET, abierta a todas horas. Por la puerta se escapaba un ruido metálico
que callaba la percusión de la música cataclónica: roces y saltos de
innumerables y felices androides de limpieza y desescombro; los conocidos como
retales, con goznes chirriantes, danzaban en aparente falta de conciencia ante
su inminente desguace. De hecho, esas sesiones de bailes frenéticos ayudaba a
la tarea final: el suelo de la pista, visible desde la acera, dejaba ver
innumerables remaches y tuercas que escapaban de articulaciones y engranajes.
Arturo abombó su tórax para representar un antiquísimo ritual humanoide: el
suspiro.
Él no sería un trozo cualquiera de politeretanio dentro de un
camión de chatarra. Se dio la vuelta despacio (tenía chips para mareo y vértigo,
no sabía en qué proceso se lo habían implantado) y se dirigió al puente suicida
número K y Goya, de altura suficiente como para esparcir sus pequeños chips (y
algunos transistores, se dijo con humildad) por media ciudad.
Arturo ∫∫ no era previsor. Al
lanzarse al vacío (concepto superado por toda la filosofía robótica), una suave
red de seguridad lo acogió entre sucesivos colchones de aire; fue antes de
experimentar la menor aceleración.
Los sensores dispararon sus
agudas voces de alarma histérica en forma de chirriantes tonos de mezzosoprano
y Arturo sufrió un enorme desgaste acústico al tratar de mitigarlas. Sin
capacidad para incorporarse (ningún cacharro se programaba para escapar de
redes de seguridad sin rellenar un informe antes), se relajó y esperó la
llegada del equipo PY+P (preguntas y más preguntas).
Dos días después, se había
tragado el orgullo junto con los líquidos espesantes de movimiento y el
chip de sonrisa idiota, todo introducido en sitios inaccesibles para su sistema
operativo. Arturo ∫∫ se dirigía a la discoteca cogido del brazo de un androide
tipo Nadadoris∂∂, llamado Panfritito, brillante gracias al paladio
hiperfrotado. Fueron la envidia de la fiesta. Arturo tenía su momento de
gloria. No pedía mucho más. Le habían jurado que el chip de nostalgia humana
era imposible de despegar de su Unidad Central de Control y él se hizo a la
idea.
Menos da una tuerca, se dijo.