domingo, 2 de noviembre de 2008

UN CASO PENDIENTE.

A.D. Wendell dio la vuelta a la página del calendario: Un mes para la jubilación. Llegó a su oficina y quiso saber cómo serían su fiesta y su regalo de despedida.

-El gran jefe está que muerde hoy, -le dijo Susan, la secretaria de todos.

Para corroborarlo, el gran jefe entró como un ciclón en el despacho y tiró sobre la mesa de Wendell el expediente del capo de la mafia rusa. Una carpeta roja repleta de nombres, fotos, números y fechas.

-Jubílate con esa mancha. No has podido con él, -le dijo.

-Por lo visto, no vale nada el resto de mi trabajo de treinta años menos un mes, -respondió Wendell.

-Largo de aquí, nadie va a darte un caso nuevo. Vuelve el día de tu fiesta, tómate una copa y desaparece.

-Quédate con tu fiesta, muchacho, -dijo Wendell-, y salió dando un portazo.

Un mes después, en el salón principal del hotel Zar y Sol de Kiev, se abría la puerta y, entre aplausos, entraba Alexei Dubro W., el número uno de la mafia rusa. Estaba exultante con el reloj que simbolizaba sus treinta años de dedicación al crimen organizado.

Antes de descorchar la primera botella de champán, levantó dos carpetas con las siglas FBI, una  roja llena de fotos de los presentes y otra azul. Recibió una enorme ovación al tirar la roja a la chimenea hecha pedazos. La azul la entregó como regalo al nuevo número uno.

Se sentía agradecido. Esto sí que era una fiesta de jubilación.