sábado, 4 de abril de 2009

ENTRE MUJERES.

Mi mujer siempre se ha llevado bien con la diosa Afrodita y su encantadora tía Manolita (la tía de mi mujer). De soltera, las tres se organizaban para ir de compras después de corregir exámenes o preparar sus clases (mi mujer), destrozar unos diez millones de corazones por las noches (la diosa) o arreglar los parterres de flores (su tía).

Me cuenta que un miércoles quedaron para ir al teatro Central, a ver una obra vanguardista que mezclaba tiempos modernos y antiguos con una idea “sorpresiva” para el final de cada escena.

Las tres, sentadas en la fila tres, aguantaron bien los diálogos del primer y  segundo actos; en cuanto al tercero, la diosa Afrodita estalló en cólera nada más ver que en la obra Ella Misma, representada por una caribeña guapa de veras, pero morena como el betún, bajaba y subía del Olimpo con un simple mecanismo “elevador”. Una vez en el Monte Sagrado, para molestar a los demás dioses, empleaba un “desintegrador vacilón de partículas". 

Ahí le dio un sofocón que le cruzó los cables y con un chasquido de los dedos dejó al teatro completo sin ropa interior.

            La función no se suspendió, pero se veía a los actores y actrices, ataviados con pantalones vaqueros del siglo XVII, andar como si “algo” les molestara en sus saltos. Al finalizar la obra la mayor parte del público salía callado y cabizbajo del teatro andando con paso corto en busca de su coche. Mi mujer y su tía, precavidas como nadie, se alegraban de seguir la costumbre de usar refajo y se fueron a cenar a “Muslitos”, un restaurante donde las esperaba la diosa Diana, amiga íntima de Afrodita. Por lo que me cuenta mi mujer, pasaron un rato estupendo.