Antes de apagar las luces de su laboratorio y marcharse a casa, el biólogo Charles Treptomicin se detuvo, volvió la cara hacia su microscopio y vio una minúscula gota de sangre sobre el cristal de las muestras. Para estar seguro, encendió de nuevo la luz de la máquina y ajustó los niveles de aumento.
Tras una aguda observación, sonrió: La mosca Adolfa, su favorita, se había convertido en toda una mujer.