jueves, 17 de julio de 2008


ROSAL SILVESTRE


Allí llevaba mucho tiempo sin nada que hacer. Pensó que sería el mejor sitio donde estar. De todas formas, sus días no eran especialmente felices. El silencio lo llenaba todo a diario, por eso decidió que lo mejor era terminar allí.

Se dejó caer sobre el hoyo que había excavado en su jardín. Cerró los ojos. Dejó de respirar. Sobre su pecho, los brazos colocados es aspas dejaron de sentir el latido de su propio corazón. Fue entonces cuando a sus oídos, que habían decidido no dejar de oír, llegó el canto de una alondra. Como un resorte que hubiera sido obligado a permanecer tensado, sus ojos se abrieron de golpe. Vio el cielo, azul y limpio como siempre le había gustado. Sus brazos comenzaron a sentir el latido rápido y acompasado de su corazón.

Ya era hora de dejar de hacer NADA para empezar de nuevo a vivir.
Sonrió. Se agarró del borde del agujero en el que estaba y salió de él. Junto al pozo, había nacido un rosal silvestre.


LA NOCHE TRAERÁ LA MAÑANA



Inmóviles,
esperando la vuelta
de aquellos que un día
se fueron a la fuerza,
obligados a abandonarlos.
No caminan,
no abren nuevos senderos,
solo esperan,
inmóviles,
gritando desde su quietud:
¡Basta!
¡No más muertos!
¡No más miserias!
¡No más barbarie!
El Duna los acuna
con su melodía de plata.
Les canta la vieja canción olvidada.
Y ellos esperan,
inmóviles,
gritando desde el silencio.
Sus dueños no vuelven
y ellos les siguen esperando.
El Duna les acuna
con la vieja canción
de los que se fueron.
Inmóviles.
El Duna sueña
melodía de plata
con aires nuevos,
con aromas de mañanas.
Ellos esperan
a aquellos que un día
se fueron sin decir adiós.
Hoy el Duna canta
melodías de esperanza,
de ilusiones,
de jóvenes miradas.
Esperan.
La noche traerá la mañana.

Budapest 11 de Julio de 2008