martes, 25 de octubre de 2016

AL ADÁN: QUE LE DEN DEL EDÉN




                  -Estoy a dieta desde ayer mismito –dijo la ninfa, la nueva, el centro geométrico de la reunión para comer. Inaccesible para los oscuros y los que somos más de nieblas que de tinieblas-. La ninfa, segunda secretaria de la Secretaria Segunda, apartó la copa de cristal y se acercó el vasito de plástico para el agua. Sonó bien a coro el oooooh.
                  -Aquí ya no pagan las dietas –dije desde el Hades, a sabiendas de lo poco que  tardaría Gómez Pérez de Pons en fulminar mi intento de broma polisémica.
                  -Aquí pagan mejor los silencios –me disparó GPP sin mirarme. Pensó con razón que la comida de Ideas, con esa frase suya, se encarrilaba bien. De hecho, Contabilidad al completo y más de la mitad de Diseño coreó la carcajada. No desentonó ni un solo solista.
                  Entró Dios acompañado del segundo Dios y se hizo la luz con un alud de móviles en modo linterna iluminando su camino al verdadero centro de la mesa. Dios se plugo y bendijo la sinfonía de verduras con que la ninfa presentaba credenciales.
                  -Parece estar en su punto justo de cocción, no como otros –dijo Dios sin especificar a qué se refería. Los arcángeles sí miraron hacia mí.
                  Marketing, por proximidad, sonrió por acompañar. El resto, ante la duda de la dirección de la Sentencia, guardó prudente silencio. Bien analizada, la frase tenía provecho. Nunca sabes cuándo se te cuela por la puerta un fabricante de sopas listas para calentar y tomar, y vas y le zampas el lema como recién salido del horno.
                  Mi trozo de rincón en la mesa menguaba a base de la expansión de los codos limítrofes. Tomé la decisión de pedir otra de verduras. Lo hice por escrito, terminado el pedido en un poema para la camarera, que me preguntó en voz alta el significado de turgente.
                  -Es urgente –le dije-, urgente por la hora.
                  -Pues voy –dijo.
                  El Olimpo se dedicaba a su plato. Planificación distribuía la carne fresca entre las patatas, intercambiando alioli con Dirección Financiera. No era la primera vez que esos feudos compartían planes que «se complementaban».
                  Dios amenizaba con algún chascarrillo.
                  -Siendo martes, no quiero bodas ni cruceros en casa. Es esta piña natural lo que quiero: el día en que comemos juntos –dedicó media sonrisa a la ninfa entre lechugas-. Salvo que haya separar el trigo de la paja, claro está.
                  Mi rincón recibió demasiadas miradas que se suavizaron gracias a la camarera. Me sirvió la sinfonía y me agradeció el poema.
                  -Ahora sí lo he entendido, es que hay que cogerle el sentido –explicó.
                  Pedí útiles de aliñar e intervino Intervención, su portavoz a la cabeza.
                  -No apaguemos el sabor natural de las cosas –sentenció y hubo petición de bis por Marketing. A saber si este slogan no justificaba por sí mismo la reunión.
                  Nadie podría soportar un fracaso más. Tiré un trozo de lechuga al suelo para justificarme, estornudé y me levanté de la mesa. Dios no quiso saber nada. Él bastante tenía con regir este Universo, y una sola mirada suya bastó para sonarme: sus pupilas me dirigieron a la mesa del chófer, también nuevo, sobrino suyo, que comía sólo.
                  Si había mediado Dios, o sea, dios mediante, me senté con él. Sin protocolo alguno, el chaval –no tendría ni cincuenta-, cortó por la mitad su hamburguesa y me la puso en el plato, aplastando mi sinfonía.
                  Pinché y corté, engullí y la miré. Tenía mucho mejor ángulo que cuando estaba en la Mesa. Volví a trinchar un buen trozo, lo unté en mostaza y se lo mostré con una sonrisa que ella correspondió como pudo desde su pedestal. Alguien se fijó, le preguntó algo y ella desvió la mirada y le prestó atención. Era la hora de volver al trabajo.