-Estoy a dieta desde ayer
mismito –dijo la ninfa, la nueva, el centro geométrico de la reunión para
comer. Inaccesible para los oscuros y los que somos más de nieblas que de
tinieblas-. La ninfa, segunda secretaria de la Secretaria Segunda, apartó la
copa de cristal y se acercó el vasito de plástico para el agua. Sonó bien a
coro el oooooh.
-Aquí ya no pagan las dietas
–dije desde el Hades, a sabiendas de lo poco que tardaría Gómez Pérez de Pons en fulminar mi
intento de broma polisémica.
-Aquí pagan mejor los
silencios –me disparó GPP sin mirarme. Pensó con razón que la comida de Ideas,
con esa frase suya, se encarrilaba bien. De hecho, Contabilidad al completo y
más de la mitad de Diseño coreó la carcajada. No desentonó ni un solo solista.
Entró Dios acompañado del
segundo Dios y se hizo la luz con un alud de móviles en modo linterna
iluminando su camino al verdadero centro de la mesa. Dios se plugo y bendijo la
sinfonía de verduras con que la ninfa presentaba credenciales.
-Parece estar en su punto
justo de cocción, no como otros –dijo Dios sin especificar a qué se refería. Los
arcángeles sí miraron hacia mí.
Marketing, por proximidad,
sonrió por acompañar. El resto, ante la duda de la dirección de la Sentencia,
guardó prudente silencio. Bien analizada, la frase tenía provecho. Nunca sabes
cuándo se te cuela por la puerta un fabricante de sopas listas para calentar y
tomar, y vas y le zampas el lema como recién salido del horno.
Mi trozo de rincón en la mesa
menguaba a base de la expansión de los codos limítrofes. Tomé la decisión de
pedir otra de verduras. Lo hice por escrito, terminado el pedido en un poema
para la camarera, que me preguntó en voz alta el significado de turgente.
-Es urgente –le dije-, urgente
por la hora.
-Pues voy –dijo.
El Olimpo se dedicaba a su
plato. Planificación distribuía la carne fresca entre las patatas,
intercambiando alioli con Dirección Financiera. No era la primera vez que esos
feudos compartían planes que «se complementaban».
Dios amenizaba con algún
chascarrillo.
-Siendo martes, no quiero
bodas ni cruceros en casa. Es esta piña natural lo que quiero: el día en que
comemos juntos –dedicó media sonrisa a la ninfa entre lechugas-. Salvo que haya
separar el trigo de la paja, claro está.
Mi rincón recibió demasiadas
miradas que se suavizaron gracias a la camarera. Me sirvió la sinfonía y me
agradeció el poema.
-Ahora sí lo he entendido, es
que hay que cogerle el sentido –explicó.
Pedí útiles de aliñar e
intervino Intervención, su portavoz a la cabeza.
-No apaguemos el sabor natural
de las cosas –sentenció y hubo petición de bis por Marketing. A saber si este
slogan no justificaba por sí mismo la reunión.
Nadie podría soportar un
fracaso más. Tiré un trozo de lechuga al suelo para justificarme, estornudé y
me levanté de la mesa. Dios no quiso saber nada. Él bastante tenía con regir
este Universo, y una sola mirada suya bastó para sonarme: sus pupilas me
dirigieron a la mesa del chófer, también nuevo, sobrino suyo, que comía sólo.
Si había mediado Dios, o sea,
dios mediante, me senté con él. Sin protocolo alguno, el chaval –no tendría ni
cincuenta-, cortó por la mitad su hamburguesa y me la puso en el plato,
aplastando mi sinfonía.
Pinché y corté, engullí y la
miré. Tenía mucho mejor ángulo que cuando estaba en la Mesa. Volví a trinchar
un buen trozo, lo unté en mostaza y se lo mostré con una sonrisa que ella
correspondió como pudo desde su pedestal. Alguien se fijó, le preguntó algo y
ella desvió la mirada y le prestó atención. Era la hora de volver al trabajo.
1 comentario:
Confuso almuerzo ¡por tutatis! El título me parece magnífico pero aún estoy pensado si tiene alguna relación con el relato. Espera, lo leeré otra vez. Un besazo.
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