martes, 12 de marzo de 2013

Filomena 4

Los días iban pasando y mi obsesión aumentaba. Los amigos habían comenzado a visitarme y a traerme comida y pasteles que siempre eran bien recibidos. Al caer la noche me lo comía todo. Como no salía de aquel piso para nada, comencé a engordar de forma inaudita. Apenas me duchaba y el pelo lo tenía algo descuidado, pero todo bajo control. Durante el día, con los ruidos de la calle pensaba que Filomena ya no estaba, pero de noche, la sentía moverse, arrastrar cosas, y os diría sin temor a equivocarme que la oía respirar e incluso reírse de mí. Así hasta que un buen día, mi marido se presentó con un psiquiatra y decidieron  internarme en esta residencia desde la que escribo. Aquí he hecho un nuevo amigo que me dice que huyó del ajetreo de la vida cotidiana y se  fue a vivir a las cloacas, donde pasó  largos años de felicidad hasta que lo encontraron. Cada tarde quedamos en el jardín y enterramos toda la medicación que no tomamos, pues no la necesitamos. Los domingos, la familia viene a visitarme, y me dicen que la rata cayó en la ratonera, y que ya no está. Yo se que lo dicen para tranquilizarme, y les sigo la corriente, para poder salir pronto de aquí.  Fin.

DANDO SEÑALES

Hoy, que me siento después de mucho, mucho tiempo en un ordenador de mesa (todo lo hago desde el móvil), la segunda actividad que intento es entrar en Para Leernos y dejaros un beso.
Deciros, además, que estoy escribiendo sin saber si a este puñetero sistema le va a dar la gana de dejarme publicar, tal como ha hecho de un tiempo a acá en otras ocasiones.
Y desde luego, trasladar mis ganas de compartir aunque sea un café con vosotros.
Vamos a intentarlo, a  ver qué pasa. Le doy a publicar...y...