martes, 12 de marzo de 2013

Filomena 4

Los días iban pasando y mi obsesión aumentaba. Los amigos habían comenzado a visitarme y a traerme comida y pasteles que siempre eran bien recibidos. Al caer la noche me lo comía todo. Como no salía de aquel piso para nada, comencé a engordar de forma inaudita. Apenas me duchaba y el pelo lo tenía algo descuidado, pero todo bajo control. Durante el día, con los ruidos de la calle pensaba que Filomena ya no estaba, pero de noche, la sentía moverse, arrastrar cosas, y os diría sin temor a equivocarme que la oía respirar e incluso reírse de mí. Así hasta que un buen día, mi marido se presentó con un psiquiatra y decidieron  internarme en esta residencia desde la que escribo. Aquí he hecho un nuevo amigo que me dice que huyó del ajetreo de la vida cotidiana y se  fue a vivir a las cloacas, donde pasó  largos años de felicidad hasta que lo encontraron. Cada tarde quedamos en el jardín y enterramos toda la medicación que no tomamos, pues no la necesitamos. Los domingos, la familia viene a visitarme, y me dicen que la rata cayó en la ratonera, y que ya no está. Yo se que lo dicen para tranquilizarme, y les sigo la corriente, para poder salir pronto de aquí.  Fin.

2 comentarios:

Gabriel dijo...

¡Qué final de infarto!
¿Pudo la paciencia del roedor con la perseverancia de la que le acechaba?
¿La llevó esa paciencia ponerse majareta?
No sabemos cómo sobrevivió Filomena. ¿compartió algo de la comida de la cazadora?
Necesito un epílogo estilo CSI. Hay muchos interrogantes que demanda el gran público.
Pedimos una comparecencia y que se desclasifiquen los papeles que haga falta. Y aun más: no sé si el locari que se encontró era un agente infiltrado por Filomena, que pudo quedarse de reinona en el apartamento, aportando un cadáver falso. Todas las ratas son iguales...

Besos.

inma dijo...

¡Dios mío! ¡Cuántas interrogantes te han surgido! ¡Y qué interesantes ! Pensaré en todo ello. Un besazo por tu lectura y tu estímulo.