martes, 26 de abril de 2011

Jubilación.


Pepe Santos no tenía rival pescando en el Puerto de Santa María, aunque su barca fuera tan vieja como él. Pero ayer, al echarse al mar de madrugada, oyó cómo se rompía su compañera, pensando más en su espalda cuando, al chocar con una olita mansa, las cuadernas del esqueleto de madera se abrieron en la orilla diciendo que ya no podían más.

A Pepe le salieron lágrimas saladas en el funeral de su barca mientras tocaba cada pieza al desmontarse y clavaba los remos en la arena mojada para que señalaran la puerta por dónde se habían ido al mar los pedazos.

Para colmo, una bandada de mojarras, lubinas y caballas, densa como las plagas de langosta, saltaban a pocos metros de donde Pepe celebraba las exequias. Parecían reírse de los dos esqueletos que se jubilaban al amanecer.

-Así que reís las últimas, ¿eh? –dijo Pepe mirando a la que más se despegaba del agua en sus saltos.

Mientras el pescador desguazaba su barquita, las olas se amansaban y la resaca venía despacio a llevarse las tablas desvencijabas. Parecían esperar la última caricia del pescador a cada una de ellas. Eran tablones cortados, cepillados y pintados por el abuelo de Pepe, que quiso regalarle su primera barca cuando cumplió diez años. Era buen marino y gran carpintero y se habría alegrado de saber que fue la única en que navegó Pepe durante toda su vida de pescador.

Cuando sólo quedaba un trozo de la quilla en la arena, Pepe la quiso mandar lejos y levantar la última montaña de espuma de mar al verla caer en el agua. La lanzó con fuerza y cayó en medio del resto de las tablas, golpeando en el extremo de uno de los listones más largos, haciendo palanca. La suficiente como para coger desprevenida a la caballa reina, la que más saltaba, y enviarla a tierra volando.

Pepe la cogió en sus brazos antes de que cayera al suelo y se quedó mirándola.

Cuando paró de reír, tomó al pez por la cola y la lanzó de nuevo al mar igual que un boomerang, girando sobre su cabeza para marearla. El resto de la bandada dejó inmediatamente de dar saltitos y se dirigió mar adentro escoltando a su jefa de filas, quien por fin nadó en línea recta con el respeto debido, junto a las tablas de la barca de Pepe, que, despacio, se fue a beber su primer vaso de vino como pescador jubilado. Tenía muchas historias que contar, pero la de ayer se la guardaría para él.