sábado, 26 de abril de 2008

Dios

No sé en qué momento del camino
perdí aquella fe inquebrantable
que unía lo humano y lo divino
como algo para mí incuestionable.
De alguna forma te palpaba
fuiste faro alto en mi camino
fuerza que ayudaba a levantarme
cuando las adversidades
aparecían en mi destino.
Quizás, hubo un punto de ruptura
del cual, tal vez me sienta responsable,
atormentada busco un pegamento
que pueda unir las dos mitades.
Tengo la certeza de que existes
puedo contemplarte en la distancia
soplo de vida en el infinito
aire que refresca la esperanza.
Incluso puedo sentirte a mi lado,
y en los otros…
Más cuando necesito tu mirada
la razón y el egoísmo te difuminan,
la vanidad y el orgullo te empañan…
tan solo queda lo eterno
y aquel recuerdo
preñado de añoranza.
Lucho por Ti,
quizás no suficiente
rezo, implorando no perderte
hoy no me planteo grandes gestas
me conformo tan solo con “saberte”.

PRUEBAS FÍSICAS (II)

En el Estadio Olímpico de Sevilla, veintiséis aspirantes a cuatro plazas para estudiar Educación Física afrontan el examen de selección. Segunda prueba. Los cincuenta metros lisos.

Sin descanso, los opositores se dispondrán a ejecutar una carrera corta, explosiva y sin nada por delante, dice el altavoz.

Carlos E., de Cádiz, ante el mensaje, pretende matricularse en cohetería fina y petardos, pero no le dejan. Una vez que se entera, empieza a correr y da gusto verlo. Por última vez le advierten de que su estilo, libre y elegante pero de perfil, no resuelve bien el problema con la forma en que está hecha la pista. Vuelve a la salida y termina los cincuenta metros lisos a pesar de tener el cabello rizado natural.

Luis M., de Utrera, recién salido de la ITV, sale como una exhalación al escuchar el disparo y se lanza tras unas vallas, desde donde lanza una granada de mano, diciendo “¡venid a por mí, si sois capaces!”. Una muchacha de la organización lo saca de nuevo a la pista y le promete que hará “¡pum!” con un ruido con la boca, para que no se asuste. Luis acepta y corre bien los cincuenta, añadiendo doce metros que corren gratis por su cuenta, generoso como es y sin rencor.

Alberto P., de San Fernando, necesita estímulos. Considera suficientes los tres doberman a los que sueltan las cadenas y sale de estampida. En el kilómetro siete de la Nacional IV alguien consigue detenerle jurándole por sus muertos que los perros están ya amarrados. “Y con cadenas grandes”, añade el que ha ido a buscarlo.

Jaime F., de Sevilla capital, no quiere saber nada más que la dirección hacia la que enfilar. A él, sin gafas, no tienen nada más que decirle “tú hacia delante, chaval” y empieza hasta que un muro o algo más blando le pare en su afán de correr como el viento. Como lo menos duro que hay es la niña de la organización, en cuanto que percute contra los airbags de serie se queda allí un rato, agradeciendo la calidad de las instalaciones.

El resto, hasta los veintiséis, llama desesperadamente desde dentro del autobús, aunque con poca cobertura. Los jueces dicen “sí, sí, ya me hago cargo”, pero mienten, porque dicen que las pruebas sigan y que a los del autobús les va a caer un puro por faltones, guasas e irresponsables. Que él en concreto, el jefe de los jueces,  no se da un madrugón para que veintidós niñatos no valoren su trabajo. Y esto último lo dice en voz alta, para que el del móvil lo transmita a sus compañeros de aventura y ausencia.