año bisiesto
Los cristales de la ventana que daban a la calle estaban sucios. Muy sucios, tanto, que a diario escribía en ellos la palabra ADIOS.
El primer día que lo hizo fue aquel en que el mundo compensa su desajuste horario con el sol. Y a partir de ahí, día a día, escribía lentamente ADIOS.
Aquel amanecer de invierno, ella había llorado por última vez entre sus brazos. Ahora, era él quien lloraba mientras miraba a través del cristal sucio en el que había aprendido a escribir ADIOS sin esperanzas.