jueves, 21 de febrero de 2008

INVITACIÓN

Querido Manuel:

 

  Te mando esta carta para poder hablarte sin prisas después de tanto tiempo, cerca de cinco años. Y la escribo yo desde el principio hasta el final, porque hice caso a una maestra  de aquí, de Barcelona, y aprendí a leer y a escribir.

Nunca he querido que te sintieras un pelele, ni que me guardaras rencor, aunque sé lo que has tenido que sufrir por mi culpa, desde aquel maldito día en casa de mis padres.

Mis hermanas mayores sabían que ya estaba dicho y arreglado lo que había que hacer. Nunca he sabido si tú también estabas al corriente, Manuel, pero me parece que habría dado igual, porque te portaste como un valiente.

Recuerdo el momento en que mi padre, sin dejarme hablar, se levantó para estrechar la mano del tuyo y decir “Pues esto ya está dicho y hecho. Mi niña está pedida para tu niño”. Quise decir algo, pero me eché a llorar cuando los mayores me volvieron la espalda y, al momento, mi madre me metió para la habitación y, tirándome del pelo, sin hacerme daño pero con firmeza, me decía “hay que respetar nuestras leyes, Rocío, obedecer y callar”.

Pero lo que más recuerdo es tu cara cuando te levantaste, temblando con tus catorce años, y le dijiste a tu padre que yo era muy chica, que podías esperar para ver si yo me enamoraba de ti. No sabías que yo era de tu misma edad.

Entonces, tu padre, sin hablar, te cruzó la cara de una bofetada que sonó a crujido; seguro que fue tu nariz, tan bonita, porque te recuerdo muy guapo, Manuel.

Asomé la cabeza por la puerta del salón y te vi llorar sin lágrimas mientras sangrabas. Y no supe entonces de dónde sacaste eso que dijiste tan serio:

“Yo puedo no estar de acuerdo con ella, padre, pero daría mi vida por defender su derecho a elegir a quien quiera”.

Hoy te puedo decir que hace poco lo he leído en un libro.

Me marché corriendo una noche, y me vine a trabajar a Barcelona.

Las cosas fueron difíciles al principio, pero hoy tengo un trabajo y te escribo esta carta, Manuel, para decirte que me caso con un gitano de aquí. Y que mis padres van a venir a la boda y yo voy a recogerlos en mi coche a la estación. Vienen porque entienden y aceptan cómo vivo. Ellos también han sufrido para defenderme, como tú.

No te he escrito hasta saber que tú también te habías casado, Manuel. Y que te quiere mucho tu mujer, y que tú la quieres a ella.

Te digo para terminar que mi novio y yo, en el convite de boda, tendremos un asiento en nuestra mesa esperando a que lo ocupes tú, para brindar por lo que hiciste. Te ganaste mi respeto para siempre, Manuel. Ojalá seas muy feliz.