Mira mujer, no sé qué hacer,
pero sí sé que te he querido;
y aún sin morir por tu querer
sé que tus besos me han herido.
De forma práctica, este asunto
de la fidelidad, y de no verme
en otras faldas ni perderme,
¿podríamos discutirlo juntos?
Si nunca estás,
si me marchaba,
¿cómo dirás
que te engañaba?
Si de un abrazo y otro más
lanzaste el grito, de un “jamás
te dejaré”,
¿cuándo paraste
a comprobar que no te hablé,
ni te besé, ni me miraste?
Con tu silencio y lo que haces,
tirar tu llave, no venir,
pisar mis flores por herir,
no me amenaces.
…Se me ocurrió una solución
esta mañana,
cuando pasaste de rondón
por mi ventana,
donde esperaba amanecer
para beber café y amarte,
como inventaste tú el beber
cuando me enamoraste:
Perdona si hay que perdonar,
olvida lo que te haga daño,
mira que me morí sin tu mirar;
por mí no pasan ni los años.
Llama a la puerta sin saber
quién te abrirá; sin conocerte
preséntate, eres mi vecina, a ver
si me sorprende sorprenderte.
Pasa hacia dentro, por favor
y siéntate en la mecedora;
apagaré el televisor,
¿quieres que te ponga una copa?
Quizá me pidas una taza,
llena de azúcar o de miel,
e indiques tú donde buscarla;
para que, al dártela, tal vez
tu piel se erice…
y no te vayas.