martes, 4 de diciembre de 2012






En una preciosa mañana de otoño, mientras el sol recorría los cielos, yo recorría las calles de mi Sevilla. Un regalo para vosotros.

Grandes entrevistas de la Historia (1)


Sigmund Freud.

Floush. 
Onomatopeya de algo gaseoso pero con forma. Dícese también de chapuzón suave. Aquí nos quedamos con una cosa como aspersión de gas tenue.
Humo blanco, tirando a vapor de agua finísimo. Se aclara la estancia y aparece el padre y muy señor mío del Psicoanálisis.

-Buenos días don Espíritu de herr Sigmund, y no me diga usted que me siento frente a usted con las piernas abiertas y sin bragas porque tuve un trauma a los cuarenta y siete años.
-Buenos días. No le diré nada de eso, dado su pantalón vaquero, calzoncillos verdes que sobresalen, su barba y sus apenas setenta y dos recién cumplidos.
-Aclarado este asunto herr doctor, quiero yo saber por qué se metía usted esas ideas tan raras en la cabeza, que no le han llevado más que a disgustos y, supongo, preguntas insólitas, incluso cuando estaba usted en la cama realizando acometidas o vaivenes.
-Es cierto, tosco joven; en pleno marzo de 1920, estando yo en un uno contra uno en el hotel Yañestraff, con la señorita Gonzala Möers, se produjo una parada en seco, indicada con la palabra “STOP” escrita en su frente, que me produjo lo que denominé y desde entonces se llama un “corte”, o también “corte de rollo”. En ese  instante, mientras yo trataba sin éxito de encajarme el pantalón del pijama, la hermosa mujer me hizo preguntas que años más tarde califiqué como “carajotas” e “inoportunas”. Eran cuestiones del orden interpretativo de los sueños, asunto sobre el cual yo acababa de publicar un libro que se podría haber leído en su casa en lugar de molestar. Mientras yo me olvidaba del pijama e intentaba que ella hiciera lo propio con sus seis camisones de lana, una y otra pregunta me asaetaron hasta que hube de convenir en contestar alguna.
-¿Puede citar alguna de ellas concretamente, herr professor?
-Sí. La señorita Frau, en pleno reintento de arrebato, me preguntó que qué le parecería retozar en el Himalaya pintados de verde salvo las plantas de los pies. Ella lo había soñado puntualmente todos los miércoles desde que terminó la educación primaria, recibida cada primeros de mes.
-¿Qué le respondió usted?
-Me levanté, salí a por un bidón de pintura verde brillante y lavable, e intenté que pareciera la prima de Hulk. Pero ella ya acechaba en cuclillas y con más preguntas.
-¿Cómo cuáles?
-Dijo haber soñado ser acariciada en medio de un ciclo de conferencias sobre el origen de la corbata, debiendo probarse dichas prendas como único atuendo.
-Dígame, ¿cómo acabó aquello?
-Harto de la situación, y dado que siempre he usado pajarita, bajó mi pajarita, me levanté y mientras me vestía sugerí a la señorita la ingestión de un revuelto de aspirinas y sedantes que guardaba para Patricio, el elefante de mi amigo Gustav Klav Doblav. A los pocos minutos pude irme.
-Y desde entonces… ni una rosca, supongo.
-Mojón pausted, créame, periodistilla de invernadero. Desde entonces, en horizontal, sólo atendí preguntas por escrito y a posteriori, acompañadas de encuestas que acabaron, todas juntas, en la basura. Sin responder. Lo primero era lo primero.
-Disculpe, herr professor, ¿hasta qué hora tiene usted para esta entrevista?
-Le queda la despedida joven. Haberse traído una batería de preguntas mejor hecha. Le veo birrioso.
-Borroso, será borroso; lleva usted tres cuartos largos de la botella de orujo que me había traído de casa.
-Pero era para regalarme, ¿no?
-Bueno, bien, sí.
-Pues adiós.
-Es usted un genio, de verdad.
-Vaya conclusión pobretona. A ver cómo queda mi holograma en la tele. Nosotros los fantasmas somos muy presumidos.

Floush.

Reflejos




No te admiten las mentiras
sus miradas, sus reflejos
del Sol, cuando se retiran,
pero ciegan si te miran
y no estás bastante lejos.

Son sus ojos bravucones,
sin la lógica, a traición,
mirando sin intención
por azar u otras razones.

No te busques recovecos:
en su busca de un latido
te encontrará, habrás perdido
tu coraza y tu chaleco
para flechas de Cupido.

Fijadores por sorpresa,
ser preso vas a querer
quedarte a vivir en esas
miradas que, más que ver,
el corazón te atraviesan.

No avisan y no preparas
tu ánimo, tu coraje;
quieres ser amor salvaje,
donde el tiempo no se para:
donde no cobrar peajes.

Los ojos son faros, puntos
de indicarte una parada
donde empezar algo juntos,
no raíces ya enterradas:
sólo tú verás si paras
y la miras y te atreves
a ver el Sol en su cara.