jueves, 21 de octubre de 2010

MI ABOGADA.

Soy un buen cirujano y ayer en el juicio, gracias a mi abogada, quedó demostrada mi inocencia. Antes, por su intervención, pude quedar libre bajo fianza para coserle la extremidad superior derecha a mi amigo Franz Skoolidge, quien defendió que yo no fui el que mató a esos viejos en la mesa de operaciones. Franz juró mil veces que daría un brazo por sacarme de este embrollo y su pasión al ponerse de mi lado le hizo descuidarse con la sierra grande de su taller. Pero soy un buen cirujano y le he dejado como nuevo. También mi abogada consiguió que se me permitiera acudir como médico a los trasplantes de piel de mi hermano Abel, harto de discusiones acaloradas a mi favor, que en un despiste cocinando se quemó los cinco dedos que utiliza para la batuta al dirigir la orquesta. Él siempre afirmó que pondría la mano en el fuego por mí. Hubo suerte y las delicadas capas de piel que le trasplantamos han hecho que el domingo pasado sacara adelante La Flauta Mágica de Mozart con un gran éxito en el Metropolitan. Me siento bien, una vez recuperada mi imagen profesional y casi, casi igual en lo personal. Esta tarde elegiré modelo de parche, teniendo en cuenta que la minuta de mi abogada me ha costado un ojo de la cara. Para eso no pude aprovechar nada de lo que hice con los viejos en la mesa de operaciones.