lunes, 4 de mayo de 2009

Sentencias y chascarrillos.

La aragonesa Teresa Nosoillo, de menos de metro y medio, le dio en su bar una somanta de cuidado a un malaje, un turista de Arkansas con cien kilos de mollas a su favor. Y es que más vale maña…

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No es nada fácil engañar a una mujer diciéndole la verdad, a ver si cuela.

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El soldado raso Trevor Luis Boroffito, de la quinta compañía de lanceros de Su Graciosa Majestad, fue considerado el torpe del siglo XVIII al ser el único del ejército inglés con heridas en la mano que empuña la espada. El informe era confuso, parecía ser el de alguien que no amara los vegetales: “odiaba el mango y se cortaba al cogerla  por la hoja”.

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            -Arriba las manos, por favor.

            -Disculpe señor atracador; estamos en una huelga de brazos caídos. Mire los carteles a la entrada.

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            -Un café. Rápido.

            -Invita la señorita del fondo de la barra.

            -Vaya por Dios: Devuélvale el dinero de inmediato; yo no pensaba pagar.

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-Querría un envase que sirva para envolver suavemente a algo que se ha puesto rígido de repente, tieso tras muchos años, ni me lo esperaba, de modo que después, al introducirlo en un estrecho agujero oscuro y ajustado, no se vaya a romper y pueda impregnarse de humedad por culpa de los vaivenes. Y del mayor tamaño posible, que no ha visto usted a  mi marido…

-Qué cantidad de vueltas para pedir un simple…

-…Sudario, señor farmacéutico, un simple sudario para enterrarle en una pequeña cueva, cerca del mar.

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El hombre invisible se volvió ciego y nadie supo explicárselo.

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Ana y Manuel llevan toda la vida intentando ganar uno al otro por, al menos, un beso de ventaja. Saben que siempre estarán empatados.

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La empleada de aduanas Antonieta Delabuel era tan tacaña que no compartía ni su propia opinión.

 

GENIOS EN LA SOMBRA (I).

En nuestro recorrido histórico por causas olvidadas, nos hemos ido a encontrar con la leyenda de  Perosidas Koverte, un aventurero que, en su trabajo de coronador, dio  una limosna a la reina Karmela Sudató y coronó a Yasmina Deoro, una vendedora de abanicos que pasaba por allí. Todos los presentes en la corte se llevaron un buen corte, y él más que nadie si contamos los puntos de sutura de sus muslos.

Perosidas buscó trabajo y lo encontró, o quizá fue al revés: Extasiado ante una manada de elefantes, calculó la raíz cuadrada de la parte flicandoker del logaritmo tonto del número meón, el ππ recién descubierto, y salió corriendo hacia la tienda de Aníbal el Grandísimo para decirle que pusiera en marcha una caravana de aquellos bichos y conquistara algo. O ganara a alguien. Que era un presentimiento.

Todavía con los riñones ablandados, se levantó y pidió socorro tantas veces a gritos que le dieron trabajo de socorrista.

Hoy día, dos mil doscientos veinte años después de aquello, el mundo entero celebra al genial asesor militar de Aníbal, Josechu Leta, el copión asqueroso que recogió las carpetas abandonadas por Perosidas que contenían el proyecto de paso con elefantes por los Alpes.

Pero nadie tiene un recuerdo para el precursor de las dos horas de digestión antes de bañarse en las piscinas de las urbanizaciones. Aquí, por tanto, nuestro homenaje.