miércoles, 19 de enero de 2011

Primera navidad con Susi

Mi padre dice que Susi no es una sirena, pero yo lo vi. Veníamos de la comida de navidad de casa de la abuela. Habíamos pasado unos días en el pueblo. Mi padre salía con una copa de más, así que Susi cogió el coche. Pero no sólo era la copa. Mi tío Eduardo, que se las trae, le puso en el ponche caliente unas cuantas setas alucinógenas que se trajo de no sé dónde. Las bromas de mi tío Eduardo no tienen piedad. Mi padre vio una rata encima de la mesa, y como Susi y la abuela se asustaron tanto, mi tío confesó antes de que Susi llamara a urgencias. Un poco más y se lía. Nunca he visto a la abuela tan cabreada con el tío Eduardo. Lo que no sabía nadie es que yo le había quitado unas setas al tío Eduardo. Y que no vi ratas, vi dragones. Vi las caras llenas de morisquetas de mis amigos del instituto. Vi a Susi con un aura blanca. Vi a mi madre al lado de Susi.

A la salida del pueblo, en la rotonda, había un control de alcoholemia. Al frenar, se cayó de la baca la maleta con los polvorones y las botellas de aceite y de vino. Mi padre salió del coche con un buen disgusto, y dio un par de tumbos delante de la guardia civil. En el suelo, arrodillado ante la maleta, mi padre puso una cara extraña y dijo que se le había aparecido la virgen. Mi padre miraba a un punto fijo, en la cuneta. Un guardia civil se acercó, le pidió la documentación y le preguntó si había consumido estupefacientes. Mi padre le dijo al guardia que por favor se apartara, que estaba contemplando un milagro, que los dejara tranquilos a él y a la divina señora. Entonces el guardia se puso muy colorado, y Susi salió del coche y dijo que mi padre no se encontraba bien, que lo disculpara, que veníamos de ver a la abuela y que hoy no había querido tomar su medicación. Que lo sentía pero que no le había querido insistir delante de su madre, que no sabía que se iba a poner así. Que en cuanto llegáramos a casa, se iba a tomar su pastilla como siempre y que aquí no había pasado nada. Cuando arrancó el coche, agazapado entre los dos asientos, vi cómo las piernas de Susi desaparecían y, mientras tranquilizaba a mi padre, escuché su canto.